
El MIEDO es negro, gris oscuro o gris más clarito; es glotón y se alimenta rápido y, a veces, sin control; es un buen guardián pero, en ocasiones, se convierte en carcelero; tiene alas pero no siempre aprende a utilizarlas, suele ser algo cobarde y tenemos que poner empeño y confianza para ganarle la batalla.
Hablar de miedo es hablar de una de las emociones que más nos aleja de lo que somos, nos paraliza.
Martín recibió una descarga eléctrica siendo muy pequeño, no recuerda el incidente, sin embargo, su cuerpo reacciona cada vez que se acerca a un enchufe.
Desde que Martina se quedó encerrada en el ascensor siente verdadera angustia cada vez que tiene que usarlo (solo cuando no tiene otra alternativa), describe perfectamente como su cuerpo se contrae y le inunda una sensación de angustia.
Evidentemente, Martín y Martina están condicionados por sus vivencias. No descubro nada al decir que expresamos el miedo con nuestro cuerpo que, por lo general, se repliega hacia dentro, nos encogemos, abrimos los ojos muchísimo… nos volvemos pequeñas. A veces es tan grande que nos paraliza, nos impide incluso gritar o echar a correr.
Y es que cada persona, en cada situación, actúa de manera diferente. Puede luchar o atacar, paralizarse o huir. A veces, la cosa se complica y en ese atacar lo único que hacemos es intentar salir indemnes, protegernos.
Felipe llevaba tiempo soportando los insultos y abusos de tres compañeros de clase; lo normal para él era salir a correr y ponerse a salvo. Con el paso del tiempo aquella situación fue sobrepasándole y un día reaccionó. Antes que pudieran comenzar a increparle fue hacia ellos, el miedo lo envolvía, tanto que perdió el control y uno de ellos terminó con una fractura.
La sensación de “no hay salida” provocó en Felipe una reacción violenta y desmedida, de la que le costó salir.
Así, como la ira, el miedo también puede tener un sinfín de caras, sensibilizarnos (estrés postraumático) o acostumbrarnos. Pensemos en la situación actual provocada por la crisis sanitaria por COVID19.


De inicio cada persona puso en juego sus propias estrategias, el miedo era generalizado; una situación nueva y desconocida nos dejó encerradas, semanas, meses y claro ¿se puede vivir así por siempre?.
Todas íbamos viendo cómo, con el paso del tiempo, empezaron a surgir memes, chistes de todos los colores, montajes de video super creativos que nos hacían reír… nos estábamos acostumbrando.
¿Habéis pensado si la alerta sanitaria mundial se ha vivido, se vive igual en España, Nueva Delhi, Siria o Khartoum?. Rotundamente no.
La respuesta emocional puede llegar a ser totalmente distinta. Para alguien acostumbrado a la guerra, a vivir al límite de sus posibilidades, a cabalgar cada día en la dificultad, el miedo ante esta situación se relativiza.
Aparecen entonces diferentes “grados” dependiendo de la intensidad emocional: terror, pánico, susto, temor u horror entre otros.
Adil, sirio, refugiado en España desde hace algún tiempo, no entendía que, de pronto, el mundo se paralizara. Sobre todas las cosas el tenía que salir a trabajar, hacía pocas semanas que había conseguido un empleo y perderlo era su mayor miedo. El COVID, la posibilidad de contraer la enfermedad, tan solo era una posibilidad a la que él estaba dispuesto a hacer frente.
Y es que el miedo también es cultural, puede adquirirse por aprendizaje vicario e incluso por condicionamiento: si mi mamá tiene miedo a las alturas y cada vez que me asomo a la barandilla grita, corre hacia mí y me sujeta mientras la siento temblar, es probable que adquiera su miedo como propio.
Pero ¿entonces, sirve para algo?
La respuesta es sencilla y seguro que la adivináis. Sin miedo posiblemente viviríamos bastante menos. Nos sirve para ponernos en alerta ante un peligro inminente, nos hace reaccionar y en muchas ocasiones, nos protege.
Sin embargo, cuando lo sentimos de manera excesiva y llega a paralizarnos, bloquearnos o dificulta nuestra vida, puede llegar a ser un verdadero problema que da lugar a trastornos de ansiedad, fobias o ataques de pánico entre otros.
¿Te has preguntado cuál es tu mayor miedo?
Jorge Bucay habla de tres grandes miedos: el miedo a la soledad, a no valerse por sí misma y a la pérdida del control. No obstante, considero que en nuestra sociedad hay otros miedos muy presentes que determinan, en parte, nuestra vida: el miedo a la muerte, el miedo al sufrimiento, al futuro o al “qué dirán”.
Reconocerlos, mirarlos y poder hablar de ellos con naturalidad es el primer paso para un buen afrontamiento y una mayor calidad de vida.
¿Conoces los invisibles
hiladores de los sueños?
Son dos: la verde esperanza
y el torvo miedo.
Antonio Machado
BIBLIOGRAFÍA
- BIZKARRA, K. (2008). Encrucijada Emocional. Bilbao: Desclée de Brouwer (4º Edición)
- MARINA, J.A. (2006). Anatomía del miedo. Edición Digital: tiitivillus
- NEWBY, D. y NÚÑEZ, L. (2018). Emociones. Un regalo por abrir. EEUU: Editado por Amazon
* Artículo respetuoso con la diversidad. Intento utilizar lenguaje inclusivo y no sexista siempre que me es posible. He decidido minimizar los desdoblamientos y el uso de x, @, / para facilitar su lectura.