LAS MIL Y UNA CARAS DE LA IRA

“Todo aquello que está de acuerdo con nuestros

deseos personales parece verdad.

Todo lo que no está de acuerdo nos enfurece”.

André Maurois

(y cómo las invisibilizamos)

Cuando de manera sistemática hacemos creer a la infancia que enfadarse es malo e intentamos evitar/no mirar/taponar emociones como la ira, tenemos que asumir ciertos costes.

A veces, cuando sentimos la rabia conocemos la causa, otras muchas aparece por un cúmulo de circunstancias y  en la mayoría de ocasiones va de la mano de frustración e impotencia. La reconocemos en menor medida cuando nos sentimos dolidas o asustadas.

A lo largo de nuestra vida aprendemos que enfadarse es malo y la ocultamos; aprendemos también que lo mejor es evitarla para lo que, en algunos casos, retroflectamos (hacia dentro), otros deflactamos (desviarlo), muchas, la proyectamos en otras personas e incluso podemos quedar bloqueadas en esa constante “pelea” consigo misma y con el mundo. Desde ahí, llegar a maneras sanas y apropiadas de expresar una emoción como la ira es complicado.

La mayoría de conductas y/o síntomas de la población más joven que llega a terapia están directamente relacionados con la represión de la ira, puesto que, en muchas ocasiones, aparece para ocultar la inseguridad, el miedo o el dolor y suele ir acompañada de culpa.

En bastantes ocasiones, las expresiones de ira no hacen más que dar autoprotección a quien las expresa.

Imaginaos una buena pataleta en un niño de dos años que no quiere comer guisantes. Posiblemente su “¡NO!” rotundo enfade a su padre que en ese momento pone toda su mejor intención en que su pequeño se alimente. Es posible que el pequeño tire los guisantes o algún cubierto, puesto que intenta comunicar, manifestar su deseo, su necesidad; por su desarrollo cognitivo aún no puede decir “no me gustan los guisantes” o “me sientan mal”. La espiral ha comenzado y a medida que su padre se va enfadando, cambiando su expresión e insistiendo en la “necesidad” de comerlos, el pequeño va recibiendo un mensaje directo de desaprobación.

Miguel de 12 años ha comenzado a tener fuertes dolores de cabeza e incluso empieza a arrancarse el pelo; Ana, de 9, no sabe decirme qué le ocurre, tan solo que a veces necesita golpear, gritar e incluso romper cosas para sentirse mejor; May, a sus 13 años, siente que todos la odian y están enfadados con ella aunque nunca nadie se lo dijo. Teo se muestra frío y distante, con 16 años ya sabe que cualquier interacción puede descontrolarle.

Todas estas formas son expresiones o más bien represiones de la ira que cada cual pone en juego para cubrir, en la medida de lo posible, sus necesidades.

Imaginemos una olla a presión. Si cocinamos con la válvula cerrada puede llegar a explotar y exactamente igual puede ocurrir con la ira cuando no conseguimos liberarla de manera apropiada.

La ira suele ser una respuesta natural ante una situación en la que nos sentimos atacadas y puede fluctuar desde un pequeño enfado hasta el odio más profundo.

Para mí, lo primero, cuando son niñas o niños los que acuden a terapia, es ir poniendo palabras a lo que sienten, darle nombre; reconocer emociones, sentimientos, aprender a expresarlos… funciones de contacto como tocar, saborear, escuchar, mirar, expresar curiosidades (entre otras muchas) en un entorno confiable y protector se convierte en la primera fase del camino.

Además de hablar sobre ello, vamos poniéndole gestos, imágenes e incluso música, expresando a través del cuerpo, utilizando cuentos como vías de comprensión, desmitificando la rabia y siendo capaz de verla junto a su polaridad (calma), en definitiva, ayudándoles a comenzar un proceso importante de toma de conciencia de sí mismos.

Es necesario reconocer la rabia para poder integrar nuevas maneras de expresarla. En este “reconocer” es importante mostrarla como una emoción más y comenzar a ofrecer alternativas a su expresión (sin ocultarla ni omitirla).

En definitiva, el problema no es la ira sino lo que hacemos con ella.


RECOMENDACIONES PARA ACERCARSE A LA IRA

  • HOFFMAN, M. y ASQUITH, R. (2013): El gran libro de las emociones. Barcelona: Juventud
  • LLENAS, A (2012): El monstruo de colores. Barcelona: Flamboyant
  • NUÑEZ PEREIRA, C y VALCÁCER R., R. (2013): El Emocionario. Madrid: Palabras aladas
  • SNEL, E. (2013): Tranquilos y atentos como una rana. Barcelona: Kairós
  • VERDICK, E. y LISOVSKIS, M. (2017). Cómo quitar el grrrr al enfado. Barcelona: Eleftheria

BIBLIOGRAFÍA

  • BIZKARRA, K. (2008): Encrucijada emocional. Bilbao: Desclèe de Brouwer
  • CORNEJO, L. y BAUMANN, E. (2017): Conversando con Erik. Bilbao: Desclèe de Brouwer
  • FISHER, M. (2017): El arte de manejar la ira. Madrid: Siruela
  • OAKLANDER, V. (2006). El tesoro escondido. La vida interior de niños y adolescentes. Santiago de Chile: Cuatro Vientos

* Artículo respetuoso con la diversidad. Intento utilizar lenguaje inclusivo y no sexista siempre que me es posible. He decidido minimizar los desdoblamientos y el uso de x, @, / para facilitar su lectura.

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