¿POR QUÉ NO SE ME OCURRIÓ ANTES?

Cuando el «sentido común» y el RESPETO

imperan en la gestión del conflicto

Hablar de CONFLICTO conlleva en sí mismo emociones y acercamientos diferentes dependiendo de las experiencias personales. Diferencias de opiniones entre varias personas, desacuerdos de mil colores y formas, peleas entre iguales, discusiones filio-parentales e incluso de una persona consigo misma.

Si en algo coincidiremos es que no suele ser agradable y que cada cual se acerca o se aleja de el de diferentes maneras. Aproximémonos entonces con la intención de conocer (desde fuera y sin riesgo a ser tocadas) un pelín más sobre los conflictos interpersonales

No existe el conflicto (interpersonal) sin la intervención de varias partes.

Esto que parece obvio, se nos olvida con facilidad e inmediatamente ante cualquier dificultad tomamos partido, invisibilizamos aquello que no podemos o queremos ver. En ese momento comenzamos una búsqueda, a veces desesperada, de soluciones que creemos servirán para repararlo ¿pero qué reparar?, ¿a quién?, ¿cómo?, ¿soy parte? Y, sino lo soy ¿me meto?, ¿estamos prestando atención al síntoma? y, si lo estamos haciendo, ¿nos hemos planteado que puede formar parte de la solución?.

Hablar de conflicto conlleva inevitablemente poner sobre la mesa intereses personales propios y ajenos, supone tener en cuenta aquello que controlamos (o creemos controlar), nuestra mente, nuestras creencias; supone también valorar aquello que sentimos y que puede hacernos conectar con nosotras mismas y con las demás y, supone tener en cuenta qué recursos personales ponemos en juego para defendernos, evitarlo o ignorarlo (huida, agresión, invisibilidad, etc.).

La cuestión no es eliminar el conflicto (sería imposible y no nos permitiría crecer ni desarrollarnos) sino ser capaz de aceptarlo, de ver cada parte, integrarlo y crecer desde él, puesto que forma parte de nuestro día a día y en todos los ámbitos de nuestra vida: familiar, social, escolar, laboral, personal, etc., etc.

Siempre me viene a la cabeza la misma cuestión ¿por qué pedimos a los chicos, a las chicas, que no se peleen, que no discutan, cuando nosotras lo hacemos constantemente?. En muchas ocasiones incluso les exigimos habilidades que no siempre barajamos en nuestros propios conflictos (de comprensión, de escucha, de colaboración…).

De ahí que la cosa se complique cuando el conflicto es entre niños, niñas y/o adolescentes y sentimos la necesidad de “arreglar las cosas”. Imaginemos un patio de colegio o un parque. Los conflictos emergen por cada rincón ¿los veis, verdad?.

Los conflictos son parte del proceso madurativo de la infancia

Los niños, las niñas, no son buenos o malos, son niñas y niños que están intentando crecer y en este CRECER es habitual la diferencia de opiniones, gustos, deseos. Es importante separar la persona del comportamiento, no somos nuestro comportamiento.

Mario creció creyéndose que era “malo malísimo” durante toda su crianza escuchó día tras día esa frase que a sus 38 años aún retumba en su cabeza “Mario es que es lo peor, malo, malísimo, no para de pelearse”. Su madre la recitaba de carrerilla al profesorado en el cole, a otras madres e incluso al grupo de iguales del propio Mario.

Evidentemente, Mario se quedó sin opciones, su madre solo veía al “malo malísimo”. A Mario, la necesidad de amor, de pertenencia, de visibilidad le llevó a cada vez más conflictividad porque lo que él aprendió fue que si no llamaba la atención se volvía invisible para su madre.

Mario tan solo era leal. La mirada de su madre permanecía aunque fuera a un alto precio para él.

Mario es alto, bajo, rubio, moreno o pelirrojo, extrovertido, introvertido, etc., etc.; el comportamiento de Mario, en tal o en cual circunstancia, es más o menos complicado, es o no respetuoso, etc., etc. 

La percepción que una persona tiene de otra está mediatizada por la confusión entre temperamento (base genética), carácter (componente aprendido), personalidad (temperamento + carácter), comportamiento (reacción a estímulos que quizás no controlamos) y conducta (suele ser consciente, sabemos cómo actuamos y posiblemente conocemos las implicaciones).

Cuento todo esto porque lo que hacen niñas y niños cuando discuten, cuando pelean no es más que aprender a relacionarse a gestionar sus propias emociones, construir-se. Si podemos acompañarles para entender, para aprender de lo ocurrido, el camino se suaviza; si, por el contrario, sermoneamos o castigamos el comportamiento volverá a aparecer tal cual pasada la tormenta.

Mario ahora es padre y desde el principio supo lo que no quería para su hija. Tras un tiempo en terapia pudo posicionarse y aprender a quererse, ahora la paternidad le ha removido viejas heridas.

Una de las primeras cuestiones fue “y cuando Celia se porte mal (conflicto) ¿Qué hago?, ¿no la castigo?”. Llegar a entender que suprimir castigos no era igual a “dejar hacer” nos llevó un tiempo (https://evacarballar.com/2021/03/31/educar-evitando-premios-y-castigos/).

La eliminación del castigo no es igual a “dejar hacer”

Me atrevo a decir que el deseo común es resolver y si además conseguimos trasmitir destrezas, principios y valores (asertividad, empatía, formas de comunicación respetuosas, colaboración, prestar atención a qué sienten, cómo y dónde lo sienten en su cuerpo, etc.), pues el camino se vislumbra algo más claro.

Tradicionalmente se nos educó para que pudiéramos enseñar a nuestras hijas e hijos lo que “deben o no deben hacer”, lo que “está bien y lo que no”; las sociedades evolucionan (o involucionan, según se mire, jajaja) y con ellas las formas de relacionarnos. Ahora sabemos más sobre la importancia de la estimulación, de los apegos, nos preocupamos por compartir tiempo en familia o por revisar nuestra gestión doméstica, hablamos de co-responsabilidad… y a la  hora de gestionar conflictos ¿se nos olvida?.

Mi propuesta pasa por saltar de “tenemos un conflicto” a “tenemos una oportunidad de aprendizaje” y así ENFOCARNOS EN SOLUCIONES.

El reto es el buen trato y en este tema, como en todos en los que hablamos de infancia, este es el faro de guía: aprender que puedo respetar y ser respetado.

Si Naiara se ha peleado con Rubén y, por tanto, Rubén con Naiara, mi primera cuestión sería ¿Cuál es el problema y cuál la solución?.

Estoy segura que ambos podrían responder a esta cuestión rápidamente y además serán bastante más creativos que cualquier mayor. Dejarles hacerlo les dará la oportunidad de poner en juego habilidades que no solo le servirán en este momento sino que se irán sumando a su cajita de herramientas para tenerlas disponibles cuando las necesiten. Pero vamos por partes.

Llegar a este punto no es fácil si ya me hice mi propio esquema (que casi nunca tiene que ver con lo ocurrido). Por ejemplo, si pienso en Naiara como la “víctima” (“pobrecita”, “es más débil”) irremediablemente me acerco a ella desde ahí por lo que, en la mayoría de casos, acabaré tan solo acogiéndola, no podré mostrarle herramientas, formas, para defenderse de manera respetuosa. Otra opción sería alentarla en la misma respuesta (“si te pegan o te insultas, haces lo mismo y la devuelves”) lo que acabaría macerando un círculo de, casi con seguridad, mayor violencia. Exactamente igual pasaría si pienso en ella como “agresora”, le recriminaré y cargaré sobre ella toda la responsabilidad e, igualmente, mostrar herramientas sería complicado desde esa mirada.

Pensemos en un conflicto adulto. Difícilmente puede solucionarse de inmediato, (hay incluso conflictos que se enquistan y nos acompañan durante años y para los que solucionarlos conllevará un trabajo personal profundo). Con los conflictos entre iguales no es diferente, la intensidad emocional nos impide ver con claridad, con lo que mostrar la posibilidad de “tomarse un momento” se convierte en una opción válida.

De inicio podría ser una tercera persona (la que observa el conflicto) la que se acerque en calma (queremos solucionar, no acrecentar el fuego) e invite a ambas partes a parar y volver a la calma, junto a ella o en solitario (cada persona es diferente).

Dependiendo del conflicto, de las personas implicadas, del contexto podremos continuar abordándolo en un ratito o al día siguiente.

El objetivo sería que, ya desde otro lugar (cerebro racional y no primitivo), ambas partes puedan expresar tanto sus emociones como sus propios límites, guiadas, acompañadas de una tercera persona (al menos hasta que puedan hacerlo en solitario).

Cuando el conflicto ha ido más allá y una parte ha sido dañada física o emocionalmente, cosa que ocurre en ambas partes en multitud de ocasiones, la clave está en DIFERENCIAR LA EMOCIÓN DE LA CONDUCTA O EL COMPORTAMIENTO. Mientras todas las emociones son válidas y pueden ayudarnos, hay COMPORTAMIENTOS Y/O CONDUCTAS QUE NO PODEMOS PERMITIR y ahí se esconde un arduo trabajo hasta lograr reconocer las emociones, las necesidades que esa forma de actuar esconde.

Validar esas emociones escondidas no es aprobar su comportamiento, puedo entender su enfado, su frustración y al mismo tiempo alentar hacia otras formas de respuesta “Entiendo que estés enfadada por lo que te dijo, no obstante podemos solucionarlo sin tener que llegar a las manos ¿Qué te parece si le contamos a Rubén cómo te sientes?”.

Comunicar-nos y alentar la comunicación suele ser efectivo

Por tanto, nos encontraremos con conflictos en los que irremediablemente tengamos que intervenir y muchos otros en los que la mejor opción de crecimiento sea no hacerlo. La única manera de decidir al respecto es observar y evitar juicios innecesarios.

«Cuando tomamos partido por el niño que creemos que es víctima, le estamos enseñando a adoptar una mentalidad de víctima. Cuando siempre acusamos al niño que creemos que ha empezado, le enseñamos a adoptar una mentalidad de acosador»

J. Nelsen

No olvidemos que el barco es el mismo y el mar puede o no estar en calma. En ocasiones no naufragar va a depender de quien maneje la nave.

A lo largo de nuestra trayectoria vital vamos integrando que “ante un conflicto, una discusión, una pelea siempre hay alguien que gana y alguien que pierde” ¿y si pudiéramos llegar al GANAR-GANAR?.

Valorar esta posibilidad no solo va disminuyendo los conflictos cotidianos sino que ayuda a integrar pensamientos, emociones y acciones (lo que controlamos, lo que sentimos, lo que hacemos) y por tanto APORTANDO RESPONSABILIDAD.

¿Os parecen opciones posibles?


BIBLIOGRAFÍA

  • BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Barcelona: Gedisa
  • NELSEN, J (2001). Disciplina Positiva (2ª Ed 2006). México: Ruz
  • OAKLANDER, V. (2006). El tesoro escondido. La vida interior de niños y adolescentes. Santiago de Chile: Cuatro Vientos.
  • RAMIREZ, S. (2015). Crianza con apego. De la teoría a la práctica. Editado por Amazon
  • SIEGEL, D. y HARTZELL, M. (2012). Ser padres conscientes. Barcelona: La Llave

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