Educar es una de las tareas más difíciles (sino la que más) a la que nos enfrentamos a diario, de ahí que, en no pocas ocasiones, recurramos a “manuales”, “revistas especializadas”, “grupos de Facebook”, “corrillos de m/padres” o “grupos de amigxs”, entre otros muchos recursos. Lo entrecomillo porque como en todo, aquí también hay “de todo”. Si buscamos con una idea prefijada de uno u otro método, de uno u otro estilo educativo, encontraremos avalar nuestra teoría, por muy desajustada que sea.
Tanto es así que llegamos a confundir conceptos o, lo que es peor, a reajustarlos para que nos cuadren en esa idea primaria de la que partíamos. Un ejemplo claro es cuando, cada vez más, hablamos de consecuencias como alternativa al castigo y sin embargo, a la hora de aplicarlas le damos idéntico uso que a éste. Con los premios la situación es similar, llegando a confundirlos con refuerzos o aliento.

Las CONSECUENCIAS son buenas ALIADAS para el sano DESARROLLO de la infancia
Eva Carballar
Carlos estaba seguro de que su estilo educativo respetaba y promovía un desarrollo sano en su hijo. No entendía por qué Roberto, a sus siete años, estaba siempre tan enfadado “ya no sé qué hacer, hace lo que le da la gana y me preocupa que no haga los deberes, que no se quiera duchar, que esté todo el día de un lado para otro… es que no para y claro, acabo castigándolo para que aprenda y por ahora me funciona; también te digo que si hace las cosas bien suelo premiarlo con una chuche o con llevarlo al parque más tiempo”.
Sobra decir que Carlos creía firmemente en la relación castigo/aprendizaje y no relacionaba el estado de Roberto (enfado) con su modelo de disciplina. Al igual que Carlos, otrxs m/padres utilizan estrategias poco respetuosas como “la silla de pensar”, “el tiempo fuera” o incluso “un cachete a tiempo”, creyendo que con esto modificarán el comportamiento de sus hijxs.
El uso de castigos va de manera generalizada unido al uso de premios (que no refuerzos positivos) y el abuso de éstos puede dar lugar a niñxs insegurxs, con escasa empatía y a lxs que, en general, les cuesta adquirir responsabilidades.
Carmen no soportaba la idea de que su hijo Jesús la pudiera sentir débil así que desde su nacimiento fue poniendo hincapié en no mostrarse flexible y tener siempre la última palabra; estaba segura que en esta posición él la respetaría y además “tendría una buena vida porque la vida es dura”. Con el paso de los años la rigidez fue dando lugar a una comunicación cada vez más distante, a castigos insufribles, a temores; Jesús fue desarrollando un apego evitativo (con escasa expresión de emociones, distante, con miedo al compromiso, etc.), le costaba establecer relaciones sociales estables.
¿Quién no recuerda La Súper Nanny o Hermano Mayor?, flaco favor nos ha hecho este tipo de programas basados en el Conductismo de Skinner, quien afianzó la teoría de que, así como los premios incrementaban la frecuencia de los comportamientos, los castigos la reducían. Y claro, eso es cierto y no es menos cierto que quien los implementa tiene el control de esa situación y por lo tanto, poco le queda por hacer a ese nene o nena que va creciendo perdiendo oportunidades para aprender a tomar la responsabilidad. Y es que educar a través de premios y castigos es arriesgado si deseamos contar con hijos e hijas responsables, con personas reflexivas, críticas y confiables.
Todxs en alguna ocasión hemos esquivado un castigo mintiendo sobre la situación “llego tarde porque no llegaba el autobús, de verdad” o “yo no quería beber estoy segura que me habrán echado algo sin darme cuenta”; y, por supuesto, también en ocasiones, hemos recibido premios por traer buenas notas, hacer un recado o ayudar en alguna tarea cotidiana. Quiero decir con esto que es fácil implementarlos y no deja de ser menos fácil aprender que “si no me ven o no se enteran no pasa nada” y por añadido, será complicado que ante las dificultades recurran a nosotrxs, dado que más que personas confiables para ellxs, podemos llegar a ser sus “enjuiciadoras/es”.
Ariadna llegó asustada y enfadada. Su amiga Marta y ella decidieron tomar alcohol una de las tardes que quedaron en el parque; la situación les parecía divertida y ambas sabían que debían quedar temprano “por si acaso… que después nos lo pueden notar y a mí me castigan seguro”. Ese día, Marta pasó la noche en el hospital por “coma etílico”, Ariadna no pudo descolgar el teléfono para pedir ayuda a sus padres, me contaba que pasó mucho miedo y que a los últimos que quería llamar era a ellos “sabía que me castigarían y mucho, por eso pedí ayuda a una señora que paseaba por el parque. Después la policía me llevó a casa y llevaron a Marta al Hospital. Me han castigado un mes sin salir y sin móvil”.
Todxs hemos recurrido alguna vez a estos métodos que nos sacan de apuros, sin embargo, la cuestión es que podamos reducirlos al máximo y potenciar la responsabilidad en nuestrxs hijxs a la vez que potenciamos en nosotrxs la creatividad, la paciencia, la comprensión. Como yo siempre digo, debemos aprender a mirar desde el otro lado.
EDUCAR EN LA OBEDIENCIA O EDUCAR EN LA RESPONSABILIDAD, ESA ES LA CUESTIÓN
Pensemos de nuevo en Carlos y en cómo cada día amenazaba a su hijo con el castigo si no hacía los deberes, no quería lavarse los dientes o gritaba demasiado. Es un ejemplo claro de educar para la obediencia. En ningún momento Carlos se había planteado pararse a valorar junto a su hijo los beneficios (más allá de “es bueno o malo”) que todas esas cuestiones podían aportarle, le sorprendía cuando inventábamos nuevas formas para que Roberto fuera solo al baño, se cepillase los dientes contento o quisiera hacer su cama.
Trabajamos un tiempo sobre los roles familiares, entendimos como funcionaba el sistema familiar, les fui acompañando en sus miedos y mostrándoles potencialidades. Pasamos a dar pequeños pasos para educar en la responsabilidad, favoreciendo la autonomía y el aprendizaje, permitiendo que Roberto pudiera aprender de sus errores y buscara formas de repararlos.
Es claro que cuando entendemos y tenemos conciencia de que algo es “bueno” para nosotrxs, lo hacemos porque sabemos que es lo correcto, no necesitamos un premio por ello. De igual manera ocurre con las cosas que entendemos que puedan ser “malas” y dejamos de hacerlas no por miedo al castigo sino porque entendemos que pueden perjudicarnos.
Si Ariadna hubiera tenido con su familia conversaciones sobre el alcohol, sobre cómo afecta en exceso, los riesgos que conlleva su consumo excesivo o sencillamente que no fuera para ella un asunto “tabú” quizás la situación hubiera sido distinta. Por supuesto, ese día quizás lo hubieran probado puesto que en la adolescencia la búsqueda de gratificación (impulsividad, intensa liberación de dopamina y hiperracionalidad o pensamiento literal) es clara, no obstante, podría haber contado con algunos recursos personales (mayor control cognitivo, pensamiento esencial, por ejemplo) que le hubieran permitido confiar en su intuición, ver con algo más de perspectiva y por ende, tomar decisiones más acertadas.
Reconducir y restablecer las relaciones familiares conllevó para todxs revisar todo el sistema de valores y normas familiares a la vez que un arduo trabajo en el área afectiva-emocional, tremendamente afectada tras el suceso.
Educar a través de premios y castigos tiene una influencia directa en el sistema de apego familiar dado que se basa principalmente en el control, resta afecto (suele ser punitivo) y en muchas ocasiones es desproporcionado. Lejos de lo que podamos pensar, el castigo no modifica la acción o la conducta (al menos hacia donde nos gustaría), sí consigue que no la veamos, genera distanciamiento, desconfianza.
Cuando Carmen y su hijo Jesús llegaron a terapia eran verdaderos desconocidos; Jesús, narraba su historia de vida de castigo en castigo, desde lo que es bueno o malo (en términos absolutos); para Carmen poder “bajar a mirarle” pasó por un trabajo personal profundo en el que tuvo que revisar todo su sistema de valores, adquirido desde generaciones atrás. Por supuesto, no pude trabajar con ellxs, necesitaban psicoterapia y lxs derivé a la profesional (Psicóloga) que valoré, junto a ellxs, que necesitaban.
¿Entonces, obediencia o responsabilidad?. Para mí, pasarse la vida ordenando qué hacer o no hacer, prohibiendo sin justificación alguna o estableciendo toda una normativa imposible de cumplir carece de sentido y además es tremendamente frustrante. Hay alternativas.
EN VEZ DE SANCIONAR, RESPONSABILIZAR.
Tan solo necesitamos parar y pensar un poco sobre qué queremos conseguir y con casi total seguridad nuestras respuestas serían parecidas. A corto plazo: que pueda aprender, que llegue a entenderlo, que logre reparar, que no se haga daño… y a medida que crecen, a largo plazo: que sea una persona íntegra, que pueda resolver por sí misma, que tenga herramientas…
En general conocemos la definición de CASTIGO como sanción por causar molestias o incumplir normas. Suele llevarse a cabo desde posiciones de autoridad y conllevar una reafirmación de poder. He comentado líneas más arriba y de modo generalizado, los peligros de este tipo de métodos y sin pretensión de extenderme ¿realmente pensamos que una niña de tres, cinco o seis años tendría la capacidad de reflexionar sola sobre sus actos en “la silla de pensar”?, posiblemente estará imaginando cómo poder levantarse sin ser vista, escapar o, en el mejor de los casos, inventando historias que nada tienen que ver con lo sucedido y que le permitan continuar en su mundo. Lo que sí parece estar claro es que la apartamos y eso sí es claramente perceptible para ella.
Desde la Disciplina Positiva se trataría de utilizar estrategias que eviten las 4R que provoca el castigo: Resentimiento, Revancha, Rebeldía y Retraimiento.
Los castigos no suelen tener demasiada relación con el comportamiento (“si no te comes todo no te llevo al parque”), esa es la diferencia principal con las consecuencias. La CONSECUENCIA tiene relación directa con el comportamiento, busca el aprendizaje y la reparación del error y tiene en cuenta las emociones del niño o niña.
En este punto damos un pasito más para entender el objetivo: mostrar la conducta adecuada.
- Consecuencias Naturales. Son aquellas que se derivan directamente de la conducta, no hay intervención de nadie. Si Ana no quiere ponerse su chaqueta para ir al parque en invierno podrá sentir frío y es ese momento el que genera el aprendizaje. No se trata de hacerla pasar frío toda la tarde y tampoco darle una chaqueta al minuto. Lo que sí podemos es hacerle ver que lo que le está pasando está directamente relacionado con su decisión “vaya, que pena, recuerda que no quisiste ponerte la chaqueta, ya sabes, mañana la cogeremos al salir”. Empatizamos con su emoción y por supuesto damos la oportunidad, una vez experimentada la situación provocada, de reparar y enfocar en soluciones. Habrá ocasiones en las que decidamos aliviar su malestar (una vez abordado y entendido) y otras en las que sean las consecuencias mismas las que se encarguen. Esto va a depender de la edad y de las situaciones concretas. Lo importante es que sean capaces de conectar la acción/decisión con lo ocurrido posteriormente.
Pero ¿Qué hago cuando no encuentro una consecuencia natural, cuál es la consecuencia de que nunca termine su comida? o ¿y si lo que va a hacer es peligroso, lo dejo?. Aquí nos paramos un poco, por supuesto hay situaciones que no podemos/queremos/debemos permitir y son todas aquellas que pueden producir daño a sí mismo o a otrxs y aquellas que suponen faltas de respeto. Las consecuencias lógicas pueden ser las aliadas.
- Consecuencias Lógicas. Es importante que estén relacionadas con aquello que queremos corregir, que sean razonables y respetuosas, conocidas con anterioridad. También la Disciplina Positiva nos ofrece aquí la posibilidad de, ahora sí, implementar las 4R: Relacionada, Respetuosa, Razonable y Revelada (con anterioridad). Así por ejemplo, la consecuencia de sobrepasar el tiempo de jugar a videojuegos podría tener la consecuencia lógica de reducir el tiempo al día siguiente. En este caso para que realmente fuera una consecuencia deberíamos previamente haber establecido tiempos (a ser posible consensuados, va a depender de la edad) y haber acordado qué ocurrirá si hay excesos. En ese caso, cuando se excede se trata de devolver la responsabilidad y recordar el acuerdo. No siempre será sencillo y puede ocurrir que no tengan madurez suficiente para entenderlo, ahí, como siempre, entran las dosis de comprensión y amor, la paciencia y la presencia del o de la adulto/a que tendrá que acompañar mostrando firmeza (dado que ya estaba acordado) y amabilidad.
Con la aplicación de consecuencias damos la posibilidad de experimentar sensaciones y/o emociones necesarias como la frustración, el dolor, la tristeza o el enfado. Ya sabemos que las emociones no son buenas o malas, si aprendemos a aceptarlas y las integramos pueden ser nuestras mejores aliadas. No se trata de hacerles pasar mal sino de permitirles el aprendizaje, la experimentación y la reparación.
Para mí, tras todo este entramado hay una clave el ENFOQUE EN SOLUCIONES y este daría para otro artículo. No obstante, es necesario y básico plantearnos continuamente cuál es el problema y cuál sería la solución y, si somos capaces de generar ideas entre todxs, estaremos bien enfocados. Las reuniones familiares son un recurso estupendo para abordar este entramado.
No olvidéis que a veces es tan sencillo como cambiar de perspectiva
y mirar a través de los ojos de nuestrxs chicxs.
Nos leemos 💜
Eva Carballar
- Todos los casos son ficticios y basados en intervenciones reales.
BIBLIOGRAFÍA
- BOWLBY, J. (2014). Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Ediciones Morata (sexta edición, revisada)
- NELSEN, J (2001). Disciplina Positiva (2ª Ed 2006). México: Ruz
- RAMIREZ, S (2016). Sin gritos ni castigos. Educando para la autodisciplina. Editado por Amazon
- SIEGEL, D. (2014). Tormenta cerebral. Barcelona: Alba Editorial
2 comentarios en “EDUCAR EVITANDO PREMIOS Y CASTIGOS”