
Nuestra niña interior continúa con nosotras y aunque, en ocasiones, hayamos querido olvidarla o hacerla desaparecer, ella permanece y se hace presente a través de nuestras emociones, a través de nuestros pensamientos y percepciones… sobre todo en momentos complicados.
Aparece en momentos de soledad, de tristeza, de vergüenza, de miedo o de enfado, momentos que, en nuestra infancia, quizás no fueron atendidos de manera adecuada y quedaron grabados.
Y es que, para expresar las emociones con libertad, se necesita de personas adultas cuidadoras confiables y aún así, éstas pueden no estar disponibles, no tener suficientes habilidades emocionales para el ACOMPAÑAMIENTO o quizás, con la mejor intención de ayudar al crecimiento, ser el estresor que provoca el desequilibrio…
Vayamos años atrás. Imaginaos ante vuestro padre, ante vuestra madre, con unas malas notas. Puede ser que en aquellos años y en aquel contexto, ellos decidieran castigarte todas las vacaciones sin salir y con horarios infinitos de estudio. No preguntaron cómo te sentías, si habías tenido un problema o hablasteis de responsabilidad, de consecuencias más allá de un mal resultado y lo que es más importante, no buscaron formas de reparar la parte más emocional. Lo que a ti hoy te queda de aquello es que no fueron capaz de ver más allá de las notas, tu soledad e impotencia, tu rabia, tu miedo… e incluso puedes llegar a decir eso de “y mírame, aquí estoy, no me pasó nada”
… y ahora es cuando toca hacer la pausa…
y pensar o más bien dejarte sentir la soledad, la incomprensión, la tristeza, la rabia y, por supuesto, lo que te hubiera gustado encontrar en ese momento de ellos.
De manera habitual evocamos el dolor no resuelto. A veces aparece en momentos que nos llevan a un lugar concreto de nuestro recuerdo, otras pueden ser personas, lugares; lo realmente importante es que, si continuamos sin mirarlos, sin intentar entenderlos, reaparecen y se nos hacen presente en la misma forma que cuando teníamos unos pocos años (diálogos internos, creencias negativas sobre sí misma, sobre la vida, etc.); la diferencia es que ahora ya somos adultas; es nuestra responsabilidad; no podemos cambiar lo que ocurrió y sí la actitud, la mirada hacia aquello que pasó y sobre todo, podemos trabajar-nos para no repetir con nuestras criaturas aquello que a nosotras nos costó (nos cuesta) digerir.
… pausa … imagina ahora que es tu hijo el que hoy te pone por delante un mal resultado en el trimestre. Inmediatamente te vienen un montón de sensaciones complicadas, piensas en qué es lo que has hecho mal, qué le impidió traer buenos resultados, te sientes frustrada y, sin pararte demasiado (porque te angustias), buscas soluciones inmediatas.
¡¡¡¡Cuidado!!!! Quizás sea tu niña la que las busca.
Si es así, solo podrás darte cuenta si realmente tomas conciencia de ello y te dispones a mirar. Puede que veas que son soluciones cargadas de creencias o pensamientos poco flexibles, limitantes e incluso catastrofistas (Pensamiento mágico infantil); puede que te culpes o culpes a tu hijo, a tu hija, a sus profes o al mundo.
O, puedes cuidar de tu propia niña “herida” antes de dar soluciones rápidas. ¿Qué hubieras necesitado de tus padres aquel año en el que tus notas no fueron las esperadas?, ¿Cómo te sentías, te dio vergüenza, miedo, angustia?, ¿Sientes que te defraudaste, les defraudaste?, ¿Cómo lo harías ahora?, ¿Podrías pensar cómo te gustaría que lo hubieran resuelto ellos?
Para tratar bien a nuestros hijos e hijas es imprescindible tratarnos bien a nosotr@s mism@s y, para eso, ponernos del lado de nuestra niña interior porque en su momento, resolvió cómo pudo situaciones que no eran su responsabilidad, con los recursos y habilidades que tenía y ahora, adult@s, es nuestra responsabilidad hacernos cargo de ella.
Y aunque no podemos volver al pasado y cambiarlo, en nuestra mano está el poder tener experiencias reparadoras en el presente.
¿Cómo lo harías hoy con tu hij@ en esas situaciones?
(no olvides consultar con tu niña, con tu niño… no suelen estar lejos😉)
Nos leemos!!!.