Una parada obligatoria

No es una retirada y sí una parada obligatoria; justa, para poder mirar desde la distancia; consciente, para tomar fuerzas y ser capaz de iluminar el camino…

Llevaba tiempo intentando salvaguardar mi imagen de persona fuerte, tranquila, de estas que pueden con todo y que, sin remedio, a veces se olvidaba de sí misma. Había aprendido a disminuir mi respiración, a contraerme sobre mí misma, a decirme que no podía alejarme; a veces de manera consciente y otras muchas inconscientemente, contraía mi mandíbula, paraba mis lágrimas o inventaba posturas impensables para evitar un dolor que ya me superaba en tamaño.

Ser fiel a mi imagen responsable y responsiva tiene un precio, dar seguridad a las demás (personas) en ocasiones dejaba al descubierto mis partes más vulnerables que iban creciendo a sus anchas y aunque a veces lo veía, no podía o no quería atenderlo como, sabía, tenía que hacerlo… el miedo iba tomando un lugar privilegiado.

Estos meses estaban siendo duros y las lágrimas ya no eran fácilmente controlables; el cuerpo ya no me hablaba, había comenzado a gritar. El miedo se reflejaba en mi cara y, si te fijabas un pelín más adentro, la vergüenza iba de la mano (yo, responsable, cercana, enamorada de mi profesión ¿Cómo había llegado a este punto?); era complicado no ser capaz de sostener lo que me estaba ocurriendo, no contar con la receta mágica para no sentir miedo, no poder tranquilizar a los que me rodeaban, bajar la exigencia… y las emociones empezaron a florecer a través de mi piel. Llevaba demasiado tiempo bloqueando mi centro energético y nervioso, demasiados días con respiraciones cortas para no bajar a las profundidades del pozo físico y emocional en el que se iba convertido mi cuerpo; los últimos incidentes, comenzaron por rebosar el pozo y terminaron explotando; la cabeza ya no pudo pensar más, dejó de ocuparse para comenzar a preocuparse; el miedo y el silencio se apoderaron de mi cuerpo, de mí. En mi carrera profesional ya había padecido amenazas y siempre tuve fuerza y energía para transformarlas, esta vez ha sido diferente.

Cuando comencé a sentir el miedo y tener el impulso de correr, supe que esta vez no era como las anteriores, mis emociones, mi mente y mi cuerpo no lograban encontrar el equilibrio; estaba asustada, a ratos sentía pánico y terror, necesitaba atenderme.

Y entonces me di cuenta de que había podido sacar mi rabia, mirarla de frente y dejarla ir… y mis ojos se inundaron de lágrimas…

Llevo veinte años trabajando en protección a la infancia y a la familia y, en este tiempo, he vivido experiencias de todo tipo, por suerte, la mayoría positivas y otras muchas no tanto, por lo que gran parte de este tiempo he contado con apoyo terapéutico (imprescindible para mí y que la administración no contempla). Me he reído, he llorado, me he emocionado, frustrado, cansado hasta el punto de decir “hasta aquí he llegado”, he vuelto a trabajar mis fuerzas, mis miedos, mis enfados con la administración y siempre, siempre he seguido adelante… He sido fuerte y débil y, sobre todo, soy sensible (no conozco otra forma); tengo la gran suerte de haber trabajado, de trabajar,  con personas que creen en esto y con las que he ido tejiendo relaciones significativas más allá de los muros de la administración porque aunque no voy a hacer amig@s es una maravilla que esto ocurra… me apasiona lo que hago e intento siempre estar en continuo reciclaje, he tenido posibilidades de marcharme y nunca lo hice y, ahora cuando mi integridad física y emocional se ha visto mermada, siento que la administración mira para otro lado.

El miedo desequilibra, a mí me ha desequilibrado y ha movilizado mi instinto de supervivencia; cuando llevas meses sosteniéndote entre amenazas a tu integridad física y emocional, a la de tu familia, se activan partes de ti que no conocías. Yo vivo en estos momentos intentando conocerlas, intentando dar voz a mi bloqueo, intentando expresar y relajar mi tensión muscular, respirando mucho… intentando desbloquear mi sistema nervioso autónomo.

En estos días, he podido experimentar en mi propia piel lo que muchos niños y niñas a los que acompaño sienten casi a diario: pánico. La inseguridad, la agresión, la falta de protección, el abandono, el no ver salida… la rabia, la ansiedad.

Quizás todo se quede en la amenaza o quizás no, lo único claro en la actualidad es mi necesidad de protección y autocuidado. Sé que volveré a mi equilibrio, que podré volver a concentrarme, que la inquietud se irá diluyendo, que la continua necesidad de anticipación disminuirá y mi cabeza podrá desacelerar y restructurar… y necesito tiempo.

Llevo demasiados meses, años, en constante actividad, demasiado tiempo en el que no me he permitido parar, siendo incapaz de estar sin hacer nada y hoy, tras días en “parada obligatoria” quise hablar en voz alta, quise volver a intentar vivir “aquí y ahora” (el pasado me asusta y el futuro me angustia), quise empezar el retorno a mi camino.

No es fácil para mí desnudarme en estas líneas y quise hacerlo porque cada vez somos más los y las profesionales amenazados, porque cada vez se nos desvaloriza más en los medios, porque parece que somos un combinado de piedra y que debemos soportar todo. Sé que aún me queda, que es necesario que recoloque algunas piezas, que necesito escucharme, que necesito verme y reconocerme, que necesito volver a creer que lo que hago es importante y que, la gran mayoría de personas a las que acompaño, se sienten ayudadas, acompañadas y protegidas; para hacerlo quise comenzar por darme voz y de paso dar voz a los muchos compañeros y compañeras que en algún momento también sintieron miedo. No, no es malo sentirlo, lo terrible es que soportemos lo insoportable hasta permitirnos reconocerlo.

Gracias a mis compañeras de equipo, a mi jefa de negociado, a mi marido y a toda mi familia que, sin dudarlo, me han acompañado, me acompañan y, de la mano, me han redirigido a esta parada obligatoria donde poder descansar, tomar fuerzas y recomponerme. Prometo poner todo mi empeño y regresar con fuerza, con amor.

La gran paradoja es que quienes trabajamos en y por la protección a la infancia nos sintamos totalmente desprotegidas.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s