CRECER DESDE LA ADVERSIDAD. RESILIENCIA

“Claro que no somos una pompa fúnebre,

a pesar de todas las lágrimas tragadas

estamos con la alegría de construir lo nuevo

y gozamos del día, de la noche

y hasta del cansancio

y recogemos risa en el viento alto”

Gioconda Belli

La palabra resiliencia ha pasado en los últimos años de ser «la gran desconocida» a estar continuamente en nuestra boca, sin embargo, en no pocas ocasiones descubro simplificaciones en su uso que, lejos de ayudarnos, nos conectan aún con más fuerza a maneras erróneas de sentir y estar en el mundo y desde ahí nos trae frustración y desánimo. Por ejemplo, hacer “como si” no pasara nada tras la muerte de un ser querido intentando taponar el dolor, evitar las emociones o lanzarnos al vacío de una rutina que ya no es la misma, no es ser fuerte, no es resiliencia; la resiliencia no es emerger mágicamente desde una situación adversa repitiéndonos “soy fuerte”, “esto no va a poder conmigo”, “si todos pueden yo también”, etc. Es algo que, aunque parece simple, es mucho más complicado y conlleva ante todo respeto y amor por sí mismo.

Para comenzar, lo primero que me viene es hablar de la importancia del reconocimiento, algo así como “sé que no estoy en mi mejor momento y también sé que si le doy espacio y tiempo a la vez que conciencia podré avanzar y quizás crecer”.

El doctor Mario Alonso Puig lo explicaba muy bonito utilizando un símil que, desde que lo escuché, también me gusta utilizar (espero contar con su permiso, gracias de corazón). Él dice algo así como que la resiliencia es como un junco que cuando hace mucho viento se dobla y que vuelve a su forma cuando el viento se calma. Con el tiempo y los nutrientes que le aporta el suelo, el junco se hace más robusto y crece.

Las personas tenemos algunas variables más que cuidar que nuestro junco, conocerlas nos ayudará, cuanto menos, a poder dar sentido a lo que nos ocurre y cuanto más, a salir de una situación traumática conscientes de nuestra capacidad de transformación y crecimiento; hacerlo requiere, me reitero, responsabilidad y amor por una misma y por los demás.

El ser humano tiene la capacidad de tejer su propia vida y para hacerlo debe ser capaz de cuidar y cuidarse a tres niveles: física, mental y anímicamente. Cuando estas dimensiones (todas o alguna de ellas) se dañan continuar es complicado; resilir pasa por atenderlas.

¿No os pasa que ante cualquier adversidad vuestra rutina de sueño, vuestra alimentación se ve afectada?, ¿os permitís salir a caminar, hacer deporte o por el contrario vuestra rutina se torna más sedentaria, más hermética?. Cuidar y cubrir las necesidades físicas es el primer pilar para sostenernos.  

Cosas sencillas (y tremendamente complicadas en determinadas situaciones) como evitar el sedentarismo haciendo algún ejercicio físico, cuidar la alimentación evadiendo el consumo excesivo de azúcar (el estrés libera cortisol que pide a gritos azúcar, cuando se la damos aumentan las posibilidades de ansiedad y depresión), dormir sin intromisiones de pantallas, relajando nuestra actividad, no olvidarnos de nuestra respiración que, si nos centramos en ella, puede traernos la calma que necesitamos y cuidar nuestra postura, evitando incomodidades y tomando conciencia de lo que realmente necesita nuestro cuerpo, éste que nos habla continuamente y que cuando ignoramos grita en forma de enfermedad.

Centrémonos ahora en nuestra mente… qué complicada ¿verdad?. Durante siglos hablar de mente era hablar del cerebro y cada vez contamos con más evidencia de que nuestro aparato digestivo y nuestro corazón cuentan con millones de neuronas que van emitiéndole la información necesaria. ¿Quién no ha escuchado eso de “tengo un pellizquito en el corazón” o “se me hizo un nudo en el estómago” ?, hoy por hoy podemos decir que ambos, corazón y aparato digestivo informan continuamente a nuestro cerebro de ahí que cuidar nuestro estado mental sea otra de nuestras prioridades.

Por ejemplo, de sobra sabemos que estar continuamente en el pasado nos provoca tristeza, angustia e incluso depresión; en el otro extremo, vivir en el futuro puede llegar a causar frustración, ansiedad e incluso bloqueo. Vivir en presente continuamente no es posible y, sin embargo, hacerlo la mayor parte del tiempo puede evitarnos enfermar. Así, entrenar la meditación, el mindfulness o sencillamente darnos la oportunidad de expresar aquello que sentimos produce logros importantes en nuestra capacidad resiliente.

Pero si algo es realmente complicado es nuestra actitud anímica. Ante cualquier problema solemos agarrarnos fuerte a nuestras creencias, a lo que, pensamos, son nuestros pilares, nos alejamos de la naturaleza, de los nuestr@s, nuestra tribu puede llegar a desvanecerse; suele ser habitual la soledad (no buscada sino impuesta), la ausencia de una misma, el “desamor propio” (término que me sale inventar para visualizarlo). ¡Qué complicado cuidarnos ahí, en nuestras necesidades anímicas!!!

Pedir ayuda, volver a encontrarnos con el otro para reestablecer el “nosotros” es toda una muestra de valentía. Ser capaz de mirar a los ojos y hablar a través de ellos, regar nuestro corazón con nuevas energías, tomar conciencia de que nuestro movimiento, nuestros gestos, nuestro tono de voz es importante y, de nuevo caminar…

Porque es duro, durísimo, duele tanto que continuar creciendo es, sin lugar a dudas, la mayor de las batallas y qué maravilla cuando descubrimos que, al menos ésta, está en nuestras manos ganarla. Eso, eso es para mí la resiliencia.

Pequeño artículo de reflexión que no pretende ser exhaustivo sino continuar poniendo granitos de arena para hacer de este mundo un mundo más sencillo, más consciente, donde tod@s y cada un@ de nosotr@s aportemos desde nuestro ínfimo rincón un pedacito de belleza.

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