
Llevo muchos, muchos años trabajando en infancia y familia. Suelo decir que realmente comencé a crecer cuando empecé y que soy lo que mi vocación fue alumbrando.
De todas y cada una de las familias con las que he trabajado he aprendido algo, con la mayoría mucho; de las cosas que más me han hecho reflexionar ha sido el darme cuenta que el silencio es el grito más potente, que el miedo puede ser el trampolín ideal o que este concepto tan moderno ahora, la resiliencia, es todo un proceso imposible sin relaciones afectivas potentes y sanas.
Incido en el «proceso» porque una no es resiliente de la noche a la mañana y porque en demasiadas ocasiones he visto utilizar el término de manera equivocada, nadie puede resiliar solo. En ocasiones, cuando un niño, una niña o un adolescente llega, carece de la base segura de los primeros años y necesita la mirada amorosa y confiable del otro para iniciar el proceso; ser tutoras de resiliencia es tan difícil y tan sencillo como pasar de las gafas del “no tiene” (déficits) a las gafas del “si tiene” (potencialidades, competencias).
Y aún así, con las gafas correctas, en muchas ocasiones se nos escapan.
Recuerdo a Quique, sus 13 años y la entrada en el instituto hizo que sus conductas más desadaptadas emergieran a un ritmo vertiginoso. Alguna agresión, peleas continuas, mentiras en las que, al final, él era el principal perjudicado… todo un entramado de supervivencia que hacía que los demás cada vez se alejaran más.
Había que mirar muy al fondo para poder ver el dolor y entender que todo este artilugio no era más que una fuerte armadura. Pero claro, sus etiquetas estaban bien pegadas y ninguno de sus profes era capaz de ver más allá de lo que en negrita y con fluorescente el se encargaba de repasar a diario.
Estaba claro, cristalino diría yo, lo que realmente tenía Quique era miedo, mucho miedo y ante cualquier circunstancia “sacaba los dientes” para defenderse de algo que solo él sentía, que solo él vivía como peligroso. Su infancia había sido dura, nunca se sintió seguro en casa; pasó tanto tiempo metido bajo la cama que un día decidió no volver a entrar… pero cuando pudimos verlo fue como luchar contracorriente… nadie más lo veía y no conseguimos el vínculo y la confianza suficiente para que al menos él pudiera verlo. Un año después Quique ingresó en un centro de menores en régimen cerrado.
Por él y por otros y otras Quique a los que no pude o podre acompañar el tiempo suficiente, pido disculpas porque no siempre seré capaz de adaptarme a sus circunstancias, a sus necesidades… y aún así seguiré haciendo lo imposible por poder hacerlo.
Estos días atrás participaba del encuentro anual de los y las profesionales de ETFs de Andalucía, cada año cuando nos reunimos no puedo evitar llevarme conmigo a los cientos de personas que atiendo y reflexionar muy mucho sobre mi labor y cómo mejorarla. Este año el título del encuentro era «Un cambio de mirada ante los retos futuros» y sí, yo lo tengo claro, el cambio de mirada es necesario y de ahí que quisiera comenzar mi intervención, el pasado 26 de noviembre, agradeciendo y pidiendo disculpas.
Abrazo grande y calentito para pasar el invierno💜
Sigue así haciendo lo que te gusta Un abrazo.
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Gracias mamá!!! Tu aliento es vida para mí. Mil gracias por acompañarme siempre💜
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