¡TE NECESITO! PERO NO PUEDO DECÍRTELO

En un mundo donde cada vez estamos más en el ontosistema (yo, me, mi, conmigo), que se diluya la responsabilidad social (protección, cuidado, cooperación, etc.) no es extraño. Y digo esto porque cada vez tengo más claro que el manido, millones de veces utilizado, “para educar a un niño hace falta toda la tribu” no es baladí;

Y aunque sería genial que desde el nacimiento (incluso desde antes) contáramos con “la tribu”, mi sensación es que las familias andamos cada vez más en solitario y “la tribu” aparece solo en escenarios muy concretos y casi siempre a demanda porque, quizás, solo quizás, fuimos quitándole el valor real que tiene de sostén, de apoyo, de aprendizaje, de cooperación… de crecimiento.

En esta reflexión andaba cuando empecé a rebuscar por qué es justo en la adolescencia cuando realmente ponemos más el foco en estas cuestiones y echamos en falta esa responsabilidad social, a la vez que nos enfadamos porque “la sociedad es un peligro y cada vez la adolescencia empieza antes”, criticamos las nuevas tecnologías y ofrecemos smartphone a niños de ocho o nueve años o dejamos a nuestros bebés que coman mientras ven un montón de imágenes hiperestimulantes en una Tablet… algo irónico si parece ¿no?.

La pregunta entonces podría ser ¿será porque es justo en la adolescencia cuando sentimos de manera más evidente que “la cosa” se nos puede ir de las manos?. Antes ya se nos había ido pero nuestros hijos seguían bajo nuestro control, los veíamos e incluso éramos nosotros quienes le ofrecimos todo eso que años después nos quitará el sueño; para entonces, años después, el chico, la chica, necesita no solo una persona adulta confiable, comprensiva, segura (que limite y normatice desde el afecto y la flexibilidad), necesita información, necesita a su grupo, a su familia y, a la vez, necesita tocar su independencia, equivocarse e intentar resolver, necesita del ensayo-error, de las preguntas y los grandes cuestionamientos existenciales y necesita, sobre todo que estemos ahí (sin que se nos vea demasiado, sin que controlemos lo incontrolable) y confiemos. A éstas alturas nosotras, padres y madres preocupados, ponemos el foco en lo que está fuera y en ellos, se nos ha olvidado un poco cómo resolvimos en la infancia y no entendemos del todo que, cómo lo hicimos, tenga algo de relación con lo que ahora experimentamos. Os propongo un ejercicio de autocrítica constructiva ¿lo ponemos un pelín en nosotras mismas?   

¡Qué difícil en este mundo donde nos cuesta tanto mirar hacia dentro!.

En montones de manuales, en artículos, en cada documental, etc., etc. se nos “avisa” de que el sentido crítico en esta etapa es superimportante y así lo creo, sin embargo, me agota que, casi de manera generalizada, se le dé una connotación negativa y se vincule a “problema”. Basta ya!. El sentido crítico es sobre todas las cosas saludable, lo que no lo es tanto es nuestra incapacidad parental para sostenerlo. Me explico.

Por este “sentido crítico” se suele argumentar, por ejemplo, la falta de reconocimiento de la autoridad. Si nos detenemos un pelín en este punto, podremos darnos cuenta que lo que rechaza la adolescente no es la autoridad sino el autoritarismo (la falta de flexibilidad, de confrontación, de negociación, el “porque lo digo yo”, la ceguera hacia ellos y sus propósitos). Nuestras chicas ahora necesitan participar de una manera diferente en su propia vida, necesitan cuestionar y cuestionarse y, para eso, es imprescindible permitirles defender sus posturas que aunque a veces pueden parecernos rígidas y extremas ¿no son las nuestras similares?. Ellos no pretenden quitarnos la autoridad, nosotras tenemos miedo de no ser capaz de mantenerla. La escucha activa y la conexión emocional son básicas en esta etapa.

Es igualmente saludable que el grupo de iguales se convierta en referente. ¿Recordáis cómo se amplía el mundo a partir de los doce, trece años? Si permitimos que ocurra, seguirá creciendo y, desde ahí, crecerán sus metas, sus intereses, sus miedos y también sus oportunidades. No es que ya no nos vean, no nos quieran o no nos reconozcan sino que necesitan que la relación cambie. Necesitan probar otros mundos y saber que cuando vuelven al nuestro seguimos ahí, disponibles. Esta es la forma, en esta etapa de que el sentido de pertenencia en la familia no se difumine. Mantener espacios familiares cotidianos y crear nuevas conexiones que tengan en cuenta sus intereses, sus motivaciones es importante.

Pasa que muchos padres se sienten juzgados, criticados e incluso rechazados y yo me planteo ¿y eso de quién o de qué depende?, el chico, la chica, necesita construirse y nosotros tenemos el enorme honor de ser los cimientos en los que se asienta. Entonces, cuando comienza su gran obra, las paredes pueden resentirse, pueden modificarse, resquebrajarse y necesitar reparación, hay que mover muebles y disponer otros nuevos, podemos incluso plantearnos pequeños cambios en la estructura y, si los cimientos son fuertes… la obra culminará, en la gran mayoría de casos, con éxito.

La familia no pierde importancia, solo está iniciando una transición hacia un plano diferente y sus funciones son, si cabe, igual o más importantes que antes.

Hay un aspecto que me preocupa especialmente, y que también es común encontrar en casi cualquier artículo sobre adolescencia: la adolescencia como crisis. ¿En serio?.

Aquí hacer el cambio de mirada no es fácil pero ni todos los adolescentes padecen graves crisis de identidad, ni todos se sienten débiles y fácilmente influenciables, ni es un periodo de “inmadurez”. Quizás de nuevo, esto tenga más que ver con los mensajes que les llegan sobre quiénes son o qué se espera de ellos ¿qué opináis?.

Lo que sí es la adolescencia es un tiempo de especial intensidad emocional, creatividad e implicación social para el que papás y mamás no siempre estamos preparados y como yo digo “hacemos lo mejor que podemos con lo que tenemos y está bien… y, además podemos mejorarlo”.

Y es que la adolescencia conlleva un montón de cambios cerebrales que implican formas diferentes de pensar, razonar, recordar, relacionarnos o tomar decisiones. Nuestra responsabilidad parental consiste en DEJAR QUE OCURRA desde una mirada atenta y presente, capaz de valorar la gran oportunidad de la adolescencia como periodo de crecimiento en la que continuamente vamos a caminar cautos y decidiendo si mirar al lado de las ventajas (oportunidades) o al lado de los inconvenientes (riesgo) y, desde ahí, acompañarles sin perder un ápice de autoridad y sí todo el autoritarismo.

Decir “no hagas eso” no sirve de nada. Qué tal si recordamos, como diría Neruda, que “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

* Artículo respetuoso con la diversidad. Intento utilizar lenguaje inclusivo y no sexista siempre que me es posible. He decidido minimizar los desdoblamientos y el uso de x, @, / para facilitar su lectura.

2 comentarios en “¡TE NECESITO! PERO NO PUEDO DECÍRTELO

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