
Manuela, Rafa, Tina y Jorge son, entre otras cosas, mamás y papás o, mejor dicho, son ante todas las cosas, mamás y papás. Todas tuvieron que enfrentarse a este extraño curso escolar, todas tuvieron que hacer un camino propio hasta que sus hijos llegaron, o no, este año a las aulas. Todas, sin saberlo, han hecho un proceso increíble de regulación emocional.
Manuela tuvo una vacaciones familiares algo atropelladas, en septiembre, el recuerdo que tenía de ellas era los buenos ratos que sí habían pasado. Septiembre empezó con un montón de complicaciones. El cole de sus hijos no abriría sus puertas como el resto; en su barrio la incidencia del COVID era alta por esas fechas y más de la tercera parte de las clases contaban con contagios, era el momento de conciliar lo inconciliable.
Pidió días sin sueldo, adaptó su rutina a la que necesitaban sus dos hijos en ese momento y esperó a que, con el paso de los días, la situación cambiara. Y cambió.
A final de septiembre llevó ilusionada al cole a sus hijos. La alegría le duró lo que tardó en el camino. Uno de sus hijos no podría quedarse, su clase no tenía aún profesorado y con la situación que tenían, el cole no podía atender a todos los niños y niñas. Se enfadó tanto que no supo cómo reaccionar, cogió a su hijo y se fue. Pasaba por su cabeza poner una queja a Delegación, enfrentarse a la directora o comenzar a disparar dardos por el grupo de wasap… decidió que lo mejor para ella y por supuesto para su hijo (que volvía con ella a casa) era lograr calmarse; sabía que no pensaba con claridad y que la situación no daba para muchos aspavientos. Puso la atención en su hijo y lograron pasar una mañana agradable.
Por la tarde hizo una merienda especial y después, ella y su pareja pudieron hablar tranquilamente del tema. Decidieron los pasos a seguir teniendo en cuenta la situación sanitaria actual, a sus hijos, al cole y, por supuesto a ellos mismos. Tranquilos, elaboraron un escrito para Delegación de Educación y a la mañana siguiente lo entregó, ofreciéndose al cole para apoyarles en lo necesario y siendo firme y coherente con la necesidad de sus hijos y, por supuesto con la propia.
A la semana, la situación cambió y todo volvió a esta “nueva normalidad” en la que hemos estado inmersas.
Manuela no se hundió, no tiró la toalla y sí puso lo que estaba en su mano. Tuvo un día regulero y supo sacarle partido.
Claro que no todas actuamos igual en situaciones similares, a Rafa, sin duda, le hubiera gustado hacerlo de otra manera.
Rafa ya rumió durante todo el verano la idea de que este curso sería un desastre y que él no tendría la serenidad suficiente para que su hijo lo viviera con tranquilidad. Llegaba el siete de septiembre, el ocho, el quince… su cole no abriría las puertas hasta entrado el mes de octubre (con suerte).
Él tenía claro que no podía cambiar esta situación, sin embargo, su nivel de preocupación y ansiedad fue aumentando; su hijo se daba cada día más cuenta y aunque le decía que se esforzaría más este curso y que no podían hacer nada, Rafa no lograba creer que esta situación estuviera pasando y que ellos tuvieran, encima, peor suerte que la mayoría.
Octubre llegó y su hijo se incorporó al cole. En su mochila ya no solo había libros y buenas intenciones, tenía un buen manojo de angustia, una preocupación infinita por su padre, por cumplir sus expectativas.
El año ha sido difícil para Rafa y ya os podéis imaginar cómo fue para su hijo.
La tensión, el miedo al fracaso, la tristeza, la rabia y la posibilidad de no dar la talla han marcado el año del hijo de Rafa. En cuanto a él, sigue anclado en la mala suerte y en la necesidad de que todo esto termine.
La situación de Tina fue diferente.
Y es que Tina tan solo tiene una niña a la que, como ella dice, le buscó “el mejor cole” porque para ella la educación era muy importante. Su cole si abrió sus puertas con la mayoría y estaba todo pensado: ventilación, normas, espacios, turnos… lo que no podía esperar Tina es que a media mañana la llamaran para contarle que su hija tenía miedo y estaba inquieta “empezó a llorar mientras recordaban las normas higiénico sanitarias, hablaban del uso de espacios y recordaban que la clase estaría dividida durante todo el curso”.
Guaaauuu ¿qué iba a hacer ella con todo esto?, llevaba todo el verano contándole a su hija lo bien que estaría en septiembre, convenciéndola que para esa fecha la situación habría cambiado y hablando con la dirección del cole de la buena actitud que en su familia tenían hacia el nuevo curso. Sintió tanta vergüenza que colgó el teléfono y se echó a llorar.
No habló con su marido, solo tenía malas palabras para ella: lo mal que lo había hecho, la culpa por haber pintado de rosa algo que, en el fondo ella sabía que podía ser gris e incluso su inquietud y malestar por no haber pensado en esta posibilidad.
A las dos recogió a su hija como si nada de esto hubiera pasado y al día siguiente decidió no llevar a su hija al cole. Tardaría mes y medio en reincorporarla.
Jorge tras pasar unas semanas muy mal por COVID tenía la necesidad de que septiembre fuera diferente. Este año sus tres hijos, dos chicos y una chica, estaban ya en secundaría y había puesto toda su intención en hacer que fuera una etapa mas tranquila para la familia, con menos actividades de tarde, más independencia, menos estrés.
El primer día de insti sus hijos e hija volvieron con un sinfín de horarios diferentes de asistencia, con unos cuadrantes interminables que ocupaban las mañanas yendo y viniendo y algunas tardes presenciales.
Esa tarde fue tremendamente frustrante, en silencio dejó que la tarde pasara mientras su pareja y sus hijos trataban de cuadrar lo que iban a ser sus rutinas este año; el permanecía inmóvil en el sofá, con tan solo el movimiento del pulgar mientras cambiaba canales de televisión que no estaba viendo y se decía a sí mismo lo desgraciado que era.
Jorge ha tenido un año agotador, ha echado de menos las extraescolares, ha ido a su trabajo en automático y ha tenido más conflictos que de costumbre con sus hijos e hija.
Con todo esto tocaba hablar de regulación emocional, de cómo nuestras emociones determinan nuestras actuaciones y, en bastantes ocasiones, las de otras personas, tener presente que no mirarlas, no significa que se diluyan, quizás, de cómo al luchar contra ellas encontramos justo lo contrario de lo que necesitábamos o cómo en ocasiones sentimos no tener nada que hacer con lo que nos pasa.
Al final hemos llegado a Junio, al veintidós de junio. Nuestras chicas, nuestros chicos, los que ya son mayores y los más pequeños, nuestros adolescentes NOS HAN DADO UNA LECCIÓN DE VIDA y de ahí que no me pare a escribir sobre cómo gestionamos y decida quedarme con el agradecimiento, sin ahondar, porque claro, todo puede ser mejor (y también peor); la realidad es que ha sido y estamos aquí, con más o menos dificultad, hemos superado la prueba.
No digo con esto que haya sido fácil y sí me atrevo a decir que nos costó bastante más a las personas adultas que, sin lugar a dudas, hemos perdido bastante menos.
GRACIAS a nuestros chicos y chicas que han sabido ESTAR A LA ALTURA, respetado normas, aprendiendo a sonreír con los ojos, disfrutando de los pocos espacios compartidos con una distancia “de inseguridad” tremenda, no se han quejado por las mascarillas (al menos, no como nosotras).
GRACIAS porque ellas y ellos nos han mostrado la capacidad de reinventarse, han sabido respetar su rutina como nadie, se han adaptado a horarios, a veces, imposibles a su edad y han “esquivado” como han podido nuestras angustias, inseguridades, miedos y esos “asuntos de mayores” que no les correspondían.
GRACIAS por entender que este año no podríais ir de excursión, de viajes de estudio, celebrar cumpleaños mogollónicos o decidir sobre vuestras primeras “salidas sin padres” (ni siquiera estaba la posibilidad).
GRACIAS a universitarios y universitarias que se han perdido un sinfín de experiencias que solo se viven en las circunstancias y tiempos para ello; que han cambiado su forma de relacionarse, de aprender, de vivir (quiero pensar que sumando y no restando las que, esperemos vuelvan), que han dejado para otro momento sus primeras historias de amor (o desamor), que han logrado examinarse a distancia o renunciar a sus primeras experiencias de vivir sin sus padres. A las y los miles de ERASMUS que este año no pudieron viajar, gracias.
GRACIAS al profesorado que ha sabido reinventarse aun cuando en Andalucía, la Delegación no lo puso fácil. Han logrado atender a cada cual teniendo presente que este año lo mas complicado no serían las mates o la lengua, que han conseguido ser lo suficientemente flexibles y sensibles para lidiar con padres y madres preocupadas, inseguras y, a veces, muy enfadadas. Gracias de corazón
GRACIAS, cómo no, también a ellos y a ellas, a nosotras, madres y padres, por que CADA CUAL LO HIZO LO MEJOR QUE PUDO. He visto padres promoviendo encuentros telemáticos, madres animando en las redes, contando cuentos o ofreciéndose en los coles para lo que hiciera falta. Madres y padres que han hecho lo imposible para conciliar, para poder cubrir los horarios de sus hijos e hijas (con bastante poca ayuda oficial para hacerlo), familias enteras organizándose entre ellas para cubrir y cumplir con lo que “había que hacer”.
Como Manuela, Rita, Rafa o Jorge, cada cual hemos ido resolviendo, a nuestra manera, lo mejor que pudimos y ahora toca que no se nos olvide, que podamos mirarnos para mejorar nuestra vida y la de los nuestros, porque quizás no todas gestionamos como Manuela y pensar en ello puede darnos pistas para reconocer la importancia de “cosas” que en nuestro día a día, pasamos desapercibidas.