
¡Cómo pasa el tiempo!!!. De nuevo estamos reorganizando horarios familiares, actividades individuales y otras comunes, intentando resolver el croquis que, irremediablemente, nos llevará de nuevo rumbo al próximo verano.
Y es que cada septiembre es un nuevo comienzo ¿no os pasa?. Año tras año pienso que quizás si celebráramos aquí el año nuevo nuestra cabeza estaría algo menos contrariada😂😂 . Claro que, eso nos pasa con mayor intensidad sobre todo a las familias con hijos e hijas, quizás en otra tipología de familias la experiencia sea muy diferente.
Cada año me replanteo, de una u otra forma, si estoy acercándome a la madre que quiero ser, si me parezco en algo al padre con el que yo soñaba o si será posible, al menos, no cometer los mismos errores que el año anterior y, ya para nota, si podré aplicar lo nuevo que leí, aprendí de la experiencia, me trabajé durante meses o acordé con mis hijos mientras hablábamos del nuevo septiembre.
En este mundo donde hablamos demasiado y sentimos bastante menos, la razón suele imponerse a la reflexión y, por supuesto, a las emociones; tendemos a buscar soluciones rápidas a cuestiones que necesitan tiempo y espacio, solemos estar impregnados por mensajes contradictorios y generalmente vacíos que nos llegan desde redes sociales y pasamos, generalmente, menos tiempo con lo realmente importante: mirar y mirarnos, hablar de todo y de nada, reírnos, revisar normas y límites (ya no tienen cinco, siete o diez años), recordarnos lo que sí somos, lo que sí tenemos, lo que sí hacemos bien y volver a testarnos, a conocer y (a ser posible) «sentipensar» con las personas que más queremos.
Cuando omitimos esta parte, des-responsabilizarnos y culpabilizar al mundo (o al otro) es fácil y caemos en frases hechas del tipo “es que ya no hay quien te entienda”, “en mis tiempos esto no pasaba” o “solo piensas en ti” … tremenda brecha llegar a este punto.
Y sí, ojalá fuera tan fácil como seguir un manual ¿o no? 🤔; pensadlo bien, nos perderíamos lo más importante: nuestra capacidad de sorprender y sorprendernos, la espontaneidad o la creatividad. Sobra decir que no hay crianza exacta, como no hay acompañamientos acorchados, cien por cien predecibles, comparables y por supuesto, no pueden ser impostados. Cada familia va elaborando sus propias formas, moldeando estilos de relación, acariciando métodos más o menos afines y abonando sus propias debilidades o fortalezas como si de una artesana se tratara. No es necesario incidir en que las mejores obras de arte conllevan dosis de amor infinitas a la vez que mucha paciencia, más o menos experiencia y una dedicación plena (consciente).
Y claro, ahora con septiembre, vuelve a aflorar este sentimiento compartido de “nuevo comienzo” o, ¿”nueva oportunidad” quizás?; nuestra criatura ya no es un niño, para el el comienzo de la secundaria, el bachillerato o la entrada a la Universidad son también excitantes (“una mezcla entre curiosidad y desgana” que me decía Lola); le apasiona la música, el deporte, dibujar o pasar horas viendo su serie favorita y no quiere perderse ni una de sus actividades y también quiere caminar hacia sus propios retos pero… la realidad se impone y, más o menos, fieles a lo que vieron en nosotras (sus familias), como “miniadultas” comienzan a gestionar de manera autónoma y a tomar decisiones importantísimas en las que, demasiadas veces, deciden renunciar a actividades que les apasionan (“porque no tengo demasiado tiempo y necesito sacar la nota para poder estudiar lo que quiero”); van adquiriendo nefastos horarios de sueño o llenando su libreta de listas: “cosas que no pude hacer ahora porque mi único cometido es sacar suficiente nota”, “amigas por visitar”, “quedadas a las que me hubiese encantado ir”, “personas que quiero conocer mejor”, etc. etc.
Nosotras, padres y madres, también crecimos, fuimos acumulando vida (experiencias, deseos, bondades, frustraciones, miedos y también confianza), se nos amontonan las tareas inconclusas, los retos, las inquietudes (por ellos, y también las propias).
Curiosamente, los infinitos planteamientos previos (“qué madre o padre quiero ser”, “cómo me relacionaré con mi hijo o hija”, “cuál será mi estilo de crianza”, etc.) se han desvanecido dando paso a planteamientos que, sin duda, también crecieron: “no entiendo por qué se comporta de tal o cual manera, ¿cómo puedo ayudarle?”, “¿me ha dicho en serio que no quiere ir a la Universidad?”, “lo tiene todo y mira lo que hace” o “lo de tener que decidir qué hacer con su vida tan pronto es tan jodido, no sé qué hacer para acompañarle en este momento” o “¡jodidos númerus clausus, no me puedo creer esa nota de corte para tal cual carrera!” y así hasta el infinito.
Es como pasar de poner la mirada en nosotros a posicionarnos “junto a” y otorgar la responsabilidad que (ahora también) les corresponde a ellos y, claro, nos cuesta asumir que lo que yo (madre / padre) hago, digo, gestiono, planteo, siento, resuelvo… y cómo y para qué lo hago, digo, gestiono, planteo, siento, resuelvo…, está directamente relacionado con lo que ellas hacen, dicen, gestionan, plantean, sienten, resuelven o esperan a que se les resuelva, ¿me explico?.
La vida no espera y cada día nos brinda una nueva oportunidad para ampliar nuestra conciencia. Septiembre puede ser un buen mes para hacer nuevos planes, valorar propuestas de mejora, buscar nuevas herramientas (ver el artículo “Fortalecer el sentido del sí mism@ de vuelta a la rutina”, https://evacarballar.com/2023/01/09/fortalecer-el-sentido-del-si-mism-de-vuelta-a-la-rutina/ ), organizarnos, abrir nuevas negociaciones y llegar a nuevos acuerdos que nos confirmen que, efectivamente, todos hemos crecido y nos dé la oportunidad de seguir haciéndolo; retomar para aprender de los errores cobra más sentido que nunca.
Y de ahí que me decidiera a mostrar algunas herramientas que, ni que decir tiene, no son mágicas, no consiste en “aplicar y esperar que funcionen”, no son el remedio a todos nuestros pesares, son solo herramientas para adaptar, remodelar, descartar, ampliar o simplemente conocer porque, quién sabe, igual en algún momento, unidas a unas buenas dosis de empatía (y un toque de ecpatía), conexión y sensibilidad, puedan ayudarnos, por sí solas no son más que humo.
Veamos entonces… ¿Quién conduce hasta la próxima parada?
Pues depende, a medida que nuestras criaturas van creciendo ser capaces de ceder el volante y, entrada la adolescencia, tomar el asiento del copiloto no es para nada descartable.
La función del copiloto es bien importante: apoyar, orientar, alentar a hijos e hijas a ser pilotos responsables, es importante para que puedan sentirnos cerca y confiar (evidentemente esto es imposible sino lo hacemos nosotros previamente).
Ser capaz de viajar como copilota requiere conocer, entender el mundo tal y como es para ellos, indicar, recordar algunas reglas sin cambiar de asiento, confiar.
Colócate el cinturón, te dará anclaje (a veces habrá curvas pronunciadas) y a la vez te permitirá la flexibilidad suficiente para actuar; procura estar atenta, es el momento de probar el cambio de asiento (ojo, pasar a ser el copiloto requiere además de práctica, muchas dosis de RESPETO y amor; es fácil volver a caer en “lo mismo” si nos dejamos llevar por el miedo). La escucha, las preguntas de curiosidad, los mensajes directos y en primera persona, siempre que sean reales (“te entiendo”, “estoy de tu lado”, “confío en ti”) e, importante: tener claro que ellos ¡podrán escuchar una vez han sido escuchados!. El silencio es una muy buena herramienta que solemos olvidar.
María jamás pensó en negociar la hora de llegada a casa. Tenía claro que ella decidía y que a partir de las 11.00h Ana “no estaría haciendo nada bueno por ahí”. Además, le preocupaba lo que pudieran pensar otras personas sobre ella y tenía miedo. Aun así, nunca había hablado con Ana de esto y sus intercambios al respecto se convertían en sermones, “tira y afloja” y amenazas de castigo si no se cumplía el horario prefijado.
Tras mucho trabajo personal, María comenzó a entender que Ana no la sentía a su lado sino en contra, jamás antes se había preguntado por lo que Ana pudiera sentir con sus continuos enfados y amenazas y, mucho menos había escuchado sus propuestas. Los primeros acercamientos desde una mirada diferente fueron complicados e inseguros a la vez que fueron mostrando a Ana que podía contar con su madre. La relación entre ellas fue transformándose y aunque eso no evitaba los conflictos, habían encontrado nuevas herramientas para abordarlos.
María cedió el pilotaje a la vez que aprendía a ser una buena copilota.
Cuidado, eso no quiere decir que todo pueda negociarse (aunque si puede y debe abordarse, compartirse, cuestionarse, etc.). Yo suelo hablar de líneas rojas, aquellas que nunca pueden traspasarse porque ponen en peligro la integridad propia o la de otros (cuestiones de salud, drogas, etc.), no es fácil. Cuesta mucho aprender a decir “No” de una manera respetuosa y firme a la vez que dejamos claro de qué lado estamos: del de nuestros hijos e hijas.
Claro que permanecer de copilota a veces conlleva dar indicaciones, proponer cambios de ruta (si vemos que hay una mejor alternativa) o incluso instruir de manera firme (y amorosa)y deahíque sea imprescindible abandonar los “interminables discursos”, “sermones moralistas” y grandes charlas de “experta”, que lo único que suelen conseguir es activar la actitud defensiva, amplificar la resistencia y por supuesto ese tan temido “qué pesada eres mamá” y, sinceramente, no creo que sea de gran ayuda.
A cambio, podemos practicar el ser breve, honesta, llegar a entender que ver las cosas de diferente manera es posible, intentar comprender otros puntos de vista y no olvidarnos nunca de la parte más emocional “¿cómo te sientes?”, “¿qué es lo realmente importante para ti?”, “entiendo que te enfades”… ayudar a identificar y compartir lo que sentimos puede suavizar las curvas (claro que para eso es necesario que nosotras, adultas, seamos capaces de identificar y expresar nuestras propias emociones).
Un buen copiloto no debe “perder las formas”. Si realmente queremos dotar de responsabilidad y que se conviertan en personas libres, independientes, respetuosas, etc., etc. ¿Quién se os ocurre que es el principal ejemplo?. Ser ejemplo conlleva un gran compromiso.
Asumir que pilotando o copilotando podemos equivocarnos nos servirá para mostrar el error como fuente de aprendizaje y si lo conseguimos, enfocarnos en nuevas soluciones será más sencillo.
Por cierto, ¿sabías que a veces la copilota puede descansar y levantarse de su asiento?. Es importante desarrollar la autonomía, favorecer la confianza (“tú puedes”) y ejercer una supervisión sensible que les anime a mostrarnos quienes son realmente.
Y la realidad se impone y septiembre nos trae, una vez más, un sinfín de horas, de minutos, de segundos para ESTAR y VIVIR de otra manera, menos “sufrida”, menos “cansada”. Donde realmente podamos pasar de PREOCUPARNOS a OCUPARNOS y donde la rutina sea la mayor de las oportunidades para enseñar habilidades para la vida, manejar dificultades y lograr soluciones creativas.
BIBLIOGRAFÍA
- NELSEN, J. Y LOTT, L. (2004). Disciplina Positiva para adolescentes. México: Ediciones Ruz
- MARTINEZ DE MANDOJANA, I. (2021). Pero a tu lado. De la parentalidad positiva a la crianza terapéutica. Madrid. El Hilo Ediciones.
- OAKLANDER, V. (2012). Ventanas a nuestros niños. Terapia Gestalt para niños y Adolescentes (14ª ed.). Santiago de Chile: Cuatro Vientos.
* Artículo respetuoso con la diversidad. Intento utilizar lenguaje inclusivo y no sexista siempre que me es posible o, en su caso, utilizar tanto el masculino como el femenino genérico. He decidido minimizar los desdoblamientos y el uso de x, @, / para facilitar la lectura.
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