y ahora… ¿QUIÉN PILOTA LA NAVE?
¡Sorpresa, estás embarazada!!!.
Esta u otras frases similares son las que nos llevan, por primera vez, a plantearnos (en serio) qué tipo de madre quiero ser, si seré el padre con el que yo soñaba o si será posible aplicar todo esto que hemos leído, visto, escudriñado tras la decisión de ampliar la familia.
En este mundo donde hablamos demasiado y sentimos bastante menos, la razón suele imponerse a la reflexión y, por supuesto, a las emociones; tendemos a empaparnos de artículos de prensa “especializada”, vemos videos (a ser posible cortos) en YouTube o entablamos conversaciones intensas sobre “lo mejor que hay que hacer” para ser mamás y papás cuasi perfectos, cómo si eso fuera posible.
Toda esta forma de proceder puede acabar en desastre o, cuanto menos, en un cúmulo de frustraciones y malestar que va creciendo a la par que nuestros hijos e hijas. A parte de, por supuesto, desresponsabilizarnos y así, cuando las cosas empiezan a torcerse, es fácil culpabilizar al mundo “que ya no hay quien lo entienda”, a los y las profesionales “que decían que era mejor dejar que el niño llore para que no se acostumbre a los brazos” o a aquellos “que repetían que no lo dejara llorar y que inmediatamente le atendiera”, “quién sabe, quizás lo peor fue ese vídeo que decía que para favorecer el apego seguro teníamos que conseguir un vínculo muy muy fuerte”.
Ojalá fuera tan fácil como seguir un manual ¿verdad?; cada vez más sabemos que la crianza no es exacta, no es cien por cien predecible, no puede ser comparada y por supuesto no puede ser impostada. Cada familia va elaborando sus propias formas, moldeando estilos de relación, acariciando métodos más o menos afines y abonando sus propias debilidades o fortalezas como si de una artesana se tratara. No es necesario incidir en que las mejores obras de arte conllevan dosis de amor infinitas a la vez que mucha paciencia, más o menos experiencia y una dedicación plena (consciente).
Y claro, ahora llega de nuevo septiembre, nuestra criatura ha crecido y comienza el cole o el insti, le apasiona la música, el deporte, dibujar o pasar las horas viendo su serie favorita y no quiere perderse ni una de sus actividades. Nosotros, padres y madres, también crecimos, fuimos acumulando vida (experiencias, deseos, bondades, frustraciones, miedos y también confianza), se nos amontonan las tareas inconclusas, los retos, las inquietudes por ellos, por ellas y también las propias.
Curiosamente, en bastantes casos, los infinitos planteamientos previos (“qué madre o padre quiero ser”, “cómo me relacionaré con mi hijo o hija”, “cuál será mi estilo de crianza”, etc.) se han desvanecido dando paso a “no entiendo por qué se comporta de tal o cual manera”, “lo tiene todo y mira lo que hace” o “esto es lo que haremos porque es lo mejor para ti”. Es decir, pasamos de poner la mirada, la responsabilidad, en nosotros a posicionarnos casi desde fuera y otorgar toda la responsabilidad en ellos, nos cuesta asumir que lo que yo (madre) hago, digo, gestiono, planteo, siento, resuelvo… y cómo y para qué lo hago, digo, gestiono, planteo, siento, resuelvo…, está directamente relacionado con lo que ellas y ellos hacen, dicen, gestionan, plantean, sienten, resuelven o esperan a que se les resuelva… ¿me explico?
La vida no espera y cada día nos brinda una nueva oportunidad para ampliar nuestra conciencia. Septiembre puede ser un buen mes para hacer nuevos planes, valorar propuestas de mejora, buscar nuevas herramientas, organizarnos (ver el artículo de Alma Serra “8 pasos para organizar el curso escolar en familia”, https://www.almaserra.com/l/8-pasos-para-organizar-el-curso-escolar-en-familia/?fbclid=IwAR0C4yHecVhriio0u4OL3zgRiZ6GNkBnQo0bnoLn7XJvNZsTdB6TpQTSXB8), abrir nuevas negociaciones y llegar a nuevos acuerdos que nos confirmen que, efectivamente, todos hemos crecido y nos dé la oportunidad de seguir haciéndolo; retomar para aprender de los errores cobra más sentido que nunca.
Y de ahí que me decidiera a mostrar algunas herramientas que, ni que decir tiene, no son mágicas, no consiste en “aplicar y esperar que funcionen”, no son el remedio a todos nuestros pesares, son solo herramientas a adaptar, a remodelar, a descartar, a ampliar o simplemente a conocer porque, quién sabe, igual en algún momento, unidas a unas buenas dosis de empatía, conexión y sensibilidad, puedan ayudarnos, por sí solas no son más que humo.
Veamos entonces…
¿Quién pilota la nave?
Pues depende, a medida que nuestras criaturas van creciendo ser capaces de ceder el pilotaje y, entrada la adolescencia, tomar el asiento del copiloto no es para nada descartable.
La función del copiloto es bien importante: apoyar, orientar, alentar a hijos e hijas a ser pilotos responsables, es importante para que puedan sentirnos cerca y confiar (evidentemente esto es imposible sino confiamos en ellos y ellas).
Ser capaz de viajar como copiloto requiere conocer, entender el mundo tal y como es para ellos, indicar, recordar algunas reglas sin cambiar de asiento, confiar.
Colócate el cinturón (a veces habrá curvas pronunciadas) que te dará anclaje y a la vez te permitirá la flexibilidad suficiente para actuar; procura estar atenta, es el momento de probar el cambio de asiento (ojo, pasar a ser el copiloto requiere además de práctica, muchas dosis de RESPETO y amor; es fácil volver a caer en “lo mismo” si nos dejamos llevar por el miedo). La escucha, las preguntas de curiosidad, los mensajes directos y en primera persona, siempre que sean reales (“te entiendo”, “estoy de tu lado”, “confío en ti”) e, importante: tener claro que ellos ¡podrán escuchar una vez han sido escuchados!. El silencio es una muy buena herramienta que solemos olvidar.
Mayte jamás pensó en negociar la hora de llegada a casa. Tenía claro que ella decidía y que a partir de las 11.00h Ana “no estaría haciendo nada bueno por ahí”. Además, le preocupaba lo que pudieran pensar otras personas sobre ella y tenía miedo. Aún así, nunca había hablado con Ana de esto y sus intercambios al respecto se convertían en sermones, “tira y afloja” y amenazas de castigo si no se cumplía el horario prefijado.
Tras mucho trabajo personal, Mayte comenzó a entender que Ana no la sentía a su lado sino en contra, jamás antes se había preguntado por lo que Ana pudiera sentir con sus continuos enfados y amenazas y, mucho menos había escuchado sus propuestas. Los primeros acercamientos desde una mirada diferente fueron complicados e inseguros pero fueron mostrando a Ana que podía contar con su madre. La relación entre ellas fue cambiando y aunque eso no evitaba los conflictos, habían encontrado nuevas herramientas para abordarlos.
Mayte cedió el pilotaje a la vez que aprendía a ser una buena copilota.
Cuidado, eso no quiere decir que todo pueda negociarse (aunque si puede y debe abordarse, compartirse, cuestionarse, etc.). Yo suelo hablar de líneas rojas, aquellas que nunca pueden traspasarse porque ponen en peligro la integridad propia o la de otros (cuestiones de salud, drogas, etc.), no es fácil. Cuesta mucho aprender a decir “No” de una manera respetuosa y firme a la vez que dejamos claro de qué lado estamos: del de nuestros hijos e hijas.
Claro que permanecer de copilota a veces conlleva dar indicaciones, proponer cambios de ruta si vemos que hay una mejor alternativa o incluso instruir de manera firme (y amorosa)y deahíque abandonar los “discursos”, “sermones” moralistas y grandes charlas de “experta”, que lo que suelen conseguir es activar la actitud defensiva, amplificar la resistencia y por supuesto ese tan temido “qué pesada eres mamá”, sea de gran ayuda.
A cambio, podemos practicar el ser breve, honesta, llegar a entender que ver las cosas de diferente manera es posible, intentar comprender otros puntos de vista y no olvidarnos nunca de la parte más emocional “¿cómo te sientes?”, “¿qué es lo realmente importante para ti?”, “entiendo que te enfades”… ayudar a identificar y compartir lo que sentimos puede suavizar las curvas (claro que para eso es necesario que nosotras, adultas, seamos capaces de identificar y expresar nuestras propias emociones).
Un buen copiloto no debe “perder las formas”. Si realmente queremos dotar de responsabilidad y que se conviertan en personas libres, independientes, respetuosas, etc., etc. ¿quién se os ocurre que es el principal ejemplo?. Ser ejemplo conlleva un gran compromiso.
Asumir que pilotando o copilotando podemos equivocarnos nos servirá para mostrar el error como fuente de aprendizaje y si lo conseguimos, enfocarnos en nuevas soluciones será más sencillo.
Por cierto, ¿sabías que a veces el copiloto, la copilota, puede descansar y levantarse de su asiento?. Es importante desarrollar la autonomía, favorecer la confianza (“tu puedes”) y ejercer una supervisión sensible que les anime a mostrarnos quienes son realmente.
Y la realidad se impone y septiembre nos trae, una vez más, un sinfín de horas, de minutos, de segundos para ESTAR y VIVIR de otra manera, menos “sufrida”, menos “cansada”. Donde realmente podamos pasar de PREOCUPARNOS a OCUPARNOS y donde la rutina sea la mayor de las oportunidades para enseñar habilidades para la vida, manejar dificultades y lograr soluciones creativas.
BIBLIOGRAFÍA
NELSEN, J. Y LOTT, L. (2004). Disciplina Positiva para adolescentes. México: Ediciones Ruz
MARTINEZ DE MANDOJANA, I. (2021). Pero a tu lado. De la parentalidad positiva a la crianza terapéutica. Madrid. El Hilo Ediciones.
OAKLANDER, V. (2012). Ventanas a nuestros niños. Terapia Gestalt para niños y Adolescentes (14ª ed). Santiago de Chile: Cuatro Vientos.
* Artículo respetuoso con la diversidad. Intento utilizar lenguaje inclusivo y no sexista siempre que me es posible. He decidido minimizar los desdoblamientos y el uso de x, @, / para facilitar su lectura.