PRIMER PASO: CREAR UN ESPACIO SEGURO

Este primer día fue duro. Tenía tan solo diecinueve años y la sentábamos en un lugar para el que, seguro, no estaba preparada. Lo que esperaría de nosotras no serían más que reprimendas, cuestionamientos y un montón de recetas mágicas y falsas que, por supuesto yo no iba a darle, pero se me hacía complicado pensar previamente como esquivarlas.

Cuando recibo a una familia suelo, primero, estar muy atenta a “devolverles” lo que es suyo, lo que sí tienen. Este era un reto complicado con ella porque su historia era tan triste que yo tan solo podía moverme entre la tristeza y la rabia y preveía que ella llegara invisibilizada por su miedo, su vergüenza y su impotencia… difícil mezcla.

Mi contexto de trabajo, en principio, no es de involuntariedad, no obstante, cuando una familia llega a él suele haber un “estamos aquí porque DEBEMOS estar”, ¿voluntario?, no siempre. Además, en ese primer encuentro no suelo encontrar fácilmente los NECESITO, los NECESITAMOS y llegar a establecer un DIÁLOGO COMÚN (o una relación dialógica como diría Jaakko Seikkula) es complicado si no somos capaces de ESCUCHAR esos “debemos” validando cada coma, cada silencio, cada expresión de rabia, cada gesto; se me antoja imprescindible entender sus buenas razones, sus quejas, para poder devolverles la responsabilidad sin cargar en exceso el carro porque hay veces en las que, para culminar con éxito una tarea, tendremos que dar varios viajes.

Especialmente, esa primera sesión me inquietaba, requería estar atenta para no caer en juicios fáciles (los DEBERÍA) porque se trataba, sobre todo, de crear de manera “arte-sana” un lugar al que ella deseara volver; crear un espacio seguro y confiable, sería como siempre, mi único objetivo de inicio.

John Bowlby, Mary Ainsworth o Linehan, entre otr@s nos han hablado de la importancia de los vínculos, han establecido tipologías de apego (seguro, inseguro-evitativo, inseguro-ambivalente, desorganizado), han estudiado a fondo las interacciones entre la figura cuidadora y el niño o la niña, la influencia que ambas partes tienen en la otra, la importancia del contexto… parece, sin lugar a duda, que ¡el vínculo importa!!!! Y si es así, si tan importante es para asentar una base segura en nuestros niños y niñas ¿por qué no lo tenemos tan claro (o, sí lo tenemos y nos cuesta) en los contextos de trabajo terapéuticos, con las familias a las que atendemos, con jóvenes y no tan jóvenes?. A mi modo de ver, no es posible que se generen cambios significativos sin relaciones significativas.

La alianza terapéutica es importante y, en este caso, lo sería aún más si cabe; no podía convertirme en la madre que nunca tuvo o en la abuela de su criatura pero tenía claro que, si quería lograr algún pequeño paso, tendría que ser importante para ella  y eso solo era el principio; sin esa base segura, sería imposible afrontar dificultades, bajar a los acantilados o deshacer los infinitos nudos de años. No es la primera vez que lo digo ni será la última, en general los padres, las madres, hacemos lo que podemos con lo que tenemos y en mi contexto (Riesgo grave de desprotección) NO es diferente.

María llegó a nuestro equipo asustada, cabizbaja, culpable, encogida… gris. Ella no pidió ayuda, al menos literalmente, pero su infancia complicada, su adolescencia combativa, sus varios intentos de suicidio y su reciente maternidad que no pudo/supo sostener, alertaron al Sistema de Protección tras recepcionar, procedentes del sistema de salud, varios ingresos del bebé compatibles con maltrato físico.

Su silencio y su vergüenza rugían fuerte por todo el pasillo hasta llegar a la sala, donde se hicieron aún más potentes. Tenía diecinueve años, un bebe, unas cuantas interrupciones de embarazo previas y ningún referente cuidador/a en su infancia, que pasó de viaje entre tíos y abuelas y entre abuelo y tías.

¿Voluntario?, ¿involuntario?… qué mas da. María estaba allí y eso era lo importante. Llegar al Equipo de Tratamiento Familiar derivada por el Servicio de Protección de Menores no es fácil, os lo aseguro y si tienes diecinueve años y ningún apoyo con el que contar, la cosa se complica. Para María no fue diferente.

Claro que, María tenía toda una vida por delante, un bebe al que, verdaderamente, quería (aunque aún no sabía mucho sobre cómo demostrárselo, cómo protegerlo), una mirada que, aunque ausente mucho tiempo, buscaba tímidamente el contacto cuando nuestro silencio también retumbaba en las paredes de la sala, tenía miedo y entre la comisura de sus labios yo siempre pude ver un rayito de esperanza. María estaba en un profundo agujero y sus ganas de salir seguían iluminando las retorcidas paredes que lo rodeaban.

Y en este lugar, justo en este punto, es cuando me toca decir fuerte y claro: lo siento. Porque quienes la atendieron previamente solo vieron y nos mostraron sus sombras, porque pasó de puntillas durante años y nadie la vio a ella, porque ningún profesional nos habló de sus potencialidades, porque el sistema aún tiene muchas grietas (y me incluyo como parte de él) y no se puede ni se debe amenazar, jamás, con perder lo más preciado que tienes.

“¿me lo van a quitar, verdad?”, esas fueron algunas de sus escasa palabras ese primer día. Al paso de los meses, ella misma nos confesó que cuando quedó embarazada su primera intención fue interrumpirlo de nuevo y no pudo “porque yo no tenía a nadie y sabía que, si lo tenía, tendría un motivo para vivir”.

Quizás no fue un motivo que a nosotras nos sirva, pero lo que está claro es que a ella le sirvió. Lo cierto es que María no ha vuelto a tener intentos de suicidio y aunque su frase nos pueda parecer muchas cosas, no es momento de juzgarla sino de llenarla de sentido y como siempre nos gusta decir, reparar. No podemos cambiar el orden de las cosas, pero sí podemos reelaborarlas para que María llegue a darse cuenta de que es ella la que cuida, la que protege, la que da vida a su bebe y a la que la vida ha puesto en el lugar en el que le toca parar la espiral.

No será fácil y sí puede ser posible. Por ahora, su bebe ya busca su mirada y ella consigue, a veces, devolvérsela mientras le sonríe levemente. Les queda mucho camino pero ellas pueden y quieren recorrerlo juntas.

No se trata de correr los cien metros lisos en el menor tiempo posible sino de comenzar un camino largo y desconocido porque, entre otras cosas, ella nunca jugó a las casitas, jamás sintió que alguien se preocupara por cómo se sentía o le preguntase qué tal le fue en el cole… para ella no fue, no será fácil y ojalá consiga que, algún día, para su bebe sea más sencillo.

BIBLIOGRAFÍA

BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser padre o madre. Barcelona: Gedisa

BOWLBY, J. (2014). Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Ediciones Morata (Sexta edición)

MARTINEZ DE MANDOJANA, I. (2021). Pero a tu lado. De la parentalidad positiva a la crianza terapéutica. Madrid. El Hilo Ediciones.

*Artículo de reflexión, basado en experiencias reales, he modificado nombres y añadido o eliminado aspectos importantes al objeto de salvaguardar la privacidad.

* Artículo respetuoso con la diversidad. Intento utilizar lenguaje inclusivo y no sexista siempre que me es posible. He decidido minimizar los desdoblamientos y el uso de x, @, / para facilitar su lectura.

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