El silencio que retumba

Para mí, como para muchas otras personas, la muerte fue durante mucho tiempo un gran tabú. Intentaba ignorarla, evitaba acercarme a todo aquello que me sugiriera cualquier mínimo acercamiento, era incapaz de manifestar mi dolor e incluso mostrar mi apoyo a los familiares en duelo. No podía evitar sentirme de una u otra forma, insegura, no creía poder acompañar, no veía forma de estar triste sin dejarme arrastrar por la dejadez y el descuido y un sentimiento de culpa solía inundarme (por no haber estado suficiente tiempo con la persona fallecida, por no poder acompañar a las personas que se quedan, por las cosas que no pudimos hacer o no llegué a decirle, por ser incapaz de recordar más allá del sufrimiento…).

Con los años, con la experiencia vital y con mi necesidad de acompañarme y poder acompañar en estas circunstancias dolorosas comencé a buscar y, buscando y buscando, llegué al M.A.R. (Movimiento hacia el Agradecido Recuerdo) de la mano de Alma Serra, Carlos Odriozola y Teresa Garcés. A medida que me formaba y, posteriormente, integraba lo aprendido una nueva forma de vida se fue instaurando en mí.

Si algo me gusta de la elaboración del duelo desde el proceso M.A.R. es que trabaja con la vida, en presente. A medida que me adentré en el M.A.R. me fui dando cuenta de los muchos duelos a los que nos enfrentamos en nuestra vida (enfermedades, despedidas, divorcios, pérdidas de todo tipo, etc.) y, al mismo tiempo, descubría que no hay manera de elaborarlos, de integrarlos, si no comenzamos por aceptarlos (primera etapa en el M.A.R.). A partir de ahí, la conexión (con el dolor y la rabia), la identificación y el saneamiento de las posibles culpas, la despedida agradecida y la reutilización de la pérdida en beneficio de la humanidad se convierte en todo un proceso lleno de sentido y emociones que, ahora, puedo transitar con dolor y sin miedo.

No destapo ninguna novedad al afirmar que cada duelo es diferente y que hay algunos a los que aún nos cuesta nombrar. Podemos entender e integrar con mayor facilidad un fallecimiento por enfermedad, por edad o circunstancias concretas y es complicado entender que alguien decida dejar la vida por voluntad propia, me refiero al suicidio. Y es que, quizás no se trate de entender, quizás aceptar y respetar abra una puerta para que las personas que continúan el camino puedan hacerlo en paz; no sin dolor (eso es imposible) y sí poniendo la intención en abandonar la lucha interna, minimizando al máximo el sufrimiento, hasta hacerlo desaparecer.

No puedo ni quiero detenerme en las cuestiones que llevan a una persona a tomar la decisión de morir; ojalá contemos algún día con mayores recursos educativos, sanitarios, sociales… para que estos temas tengan el espacio que merecen lo que, sin lugar a dudas, disminuiría muchísimo las cifras de suicidio en nuestro país.

Si dedico hoy mi post a este tema es porque siento que silenciarlo propicia el estigma y porque si a mí me ayuda, quizás pueda dar algo de luz a las personas que atraviesan este tipo de duelo.

Me vienen a la cabeza palabras como desgarrador, abrumador, paralizante, culpabilizador… y siento que se quedan tremendamente cortas… seguir adelante se convierte en un reto complicado cuando quedan demasiadas preguntas sin respuesta.

Emociones de incredulidad, enfado, rabia, culpa, autorechazo (no fui suficientemente buena para él o para ella), confusión, desesperación o incomprensión aparecerán de manera intensa, casi insoportable y acompañarlas será la única manera de seguir adelante. En estos momentos, el apoyo familiar y social es imprescindible para, poco a poco, muy lentamente, ser capaz de adoptar estrategias de afrontamiento más saludables.

Pueden surgir mecanismos de defensa para intentar sortear el duelo tales como la negación, la proyección, la desconexión, la racionalización o la idealización; estos mecanismos se convierten en verdaderos muros que tarde o temprano habrá que derribar y que, de no hacerlo, dejarán abierta una herida que podrá sangrar a cada roce y no dejará de ponernos trabas imposibles.

Hay un intenso camino para poder llegar al inicio. Máxime ahora cuando nuestra sociedad lleva a la mínima expresión todo tipo de rituales de despedida, cuando se nos vende la «felicidad» como un don que no permite la tristeza, cuando mantenemos al margen a personas cercanas (por miedo a que sufran o porque las consideramos más frágiles), cuando llorar sigue siendo de débiles y los hombres continúan sin poder derrumbarse en público… así, cuando, agotada física y emocionalmente, consigues llegar a la casilla de salida que dará comienzo a la elaboración del duelo, continuar contando con el apoyo, la comprensión y la ayuda de tus seres queridos será básico.

Pasar del sufrimiento al dolor será parte de nuestro viaje. El sufrimiento está en nuestra cabeza impidiéndonos el descanso, balanceándonos del pasado al futuro sin parar ni un solo segundo en el presente; está lleno de ansiedad, culpa y desesperación que de cronificarse puede desencadenar en depresión. El dolor, en cambio, permanece en nuestro corazón, hoy, ahora. Puede ser diferente por momentos y nos permite acercarnos desde la calma, transitarlo e incluso compartirlo porque la propuesta no es olvidar para dejar de sufrir sino recordar para poder vivir con mi dolor.

Dice Carlos Odriozola que “el dolor es la cara triste del amor”, la primera vez que lo escuché pensé mucho en qué significaba exactamente, ahora lo sé: cuando un ser querido nos deja, ser capaz de abandonar el sufrimiento nos permite abrazarnos a aquello que jamás perderemos (los recuerdos, las vivencias) porque la raíz del dolor es el amor y éste, nunca desaparece.

Ser capaz de aceptar nuestra pérdida, sin desconectarnos del dolor y saneando las culpas hasta poder despedirnos con agradecimiento, recordando de manera amorosa y agradecida mientras acogemos su legado. Ese será un buen camino.

El amor siempre permanece. Te quiero 💜

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