Capacidad para afrontar la adversidad
Mercedes siempre quiso ser independiente y sobre todo tener una vida “diferente a la de sus padres”. Tras el fallecimiento de su madre tuvo que encargarse de sus hermanos, llevar la casa y sacar tiempo para sus estudios. Tenía toda la ilusión puesta en terminar su carrera y poder independizarse.
A medida que sus hermanos crecían, crecía también su sueño. Finalmente, tras años de esfuerzo, a sus 24 años consiguió su grado de enfermería y comenzó un nuevo camino. Todo parecía tomar otro color hasta que un año después quedó embarazada.
Su hijo se convirtió para ella en la mayor de las desgracias, lo culpabilizaba de truncar sus deseos, de robarle la libertad; lo odiaba. Pasaban los años y no aprendió a quererlo porque hacía mucho que se había dejado de querer a sí misma y porque a querer no se aprende, se siente.
Pedro creció entre gritos, desvalorizaciones e incluso golpes; Mercedes siempre se encargaba de aclararle que todo lo hacía por él, por su bien.
Cuando recibí a Pedro a sus 14 años me contó que venía porque su madre pensaba que él tenía un problema y “claro, me da tanta pena de ella que he venido”. Tuvo que ver la sorpresa en mi cara. Ese mismo día me explicó que hacía años que a él ni siquiera le importaban los gritos, ni los insultos, había dejado de escucharla hacía muchos años y, aunque nadie se lo había dicho nunca, él sabía que su padre “había cargado muchos años con la culpa y finalmente se fue por no soportarla”…
En poco tiempo Pedro pasó a vivir con su padre que, por entonces, ya tenía una nueva familia. Aunque se sentía diferente, pronto encontró su lugar, sin embargo, necesitaba sentir que no era una carga. Traía las mejores notas, colaboraba todo lo que podía en casa e incluso visitaba alguna vez a su madre. Tras un suspenso, su padre le recriminó que no se había esforzado lo suficiente y le insultó. Nunca antes le había dolido tanto una palabra, “flojo” – le dijo. Su padre no le pegó, ni siquiera le gritó pero sentir que no lo valoraba le hacía sufrir, recordaba continuamente ese momento, tanto que pidió a su padre volver a terapia.
Tras varias semanas lo entendió “es verdad Eva, mi madre… ella siempre fue así, era lo normal y por eso me da pena, ahora está mejor. Con mi padre es diferente”. Mi trabajo con Pedro no fue más que mostrarle que había un lugar para él en el mundo, que era importante.
El afecto, el respeto y, por supuesto, el buen trato, fueron los ingredientes básicos de nuestros encuentros.
Trabajando la Resiliencia
Stefan Vanistendael creó “la casita de la resiliencia” como herramienta de comprensión sobre los elementos que contribuyen a ella.
Su definición es clara “la capacidad de desarrollarse positivamente en presencia de grandes dificultades. una capacidad que es variable, que de ninguna manera es absoluta y que se construye en un proceso con el entorno, a lo largo de toda la vida”.
Entendamos entonces cada parte de esta hermosa casa, teniendo en cuenta que para poder construirla debemos poner la mirada en las potencialidades de la persona, si lo hacemos en sus limitaciones, la construcción será débil (o no será) y podrá derrumbarse en cualquier momento:
YO SOY
- El suelo. Construir en un terreno inestable, fangoso o en continuo movimiento traerá muchas dificultades futuras a nuestra casa ¿verdad?. Exactamente igual pasa con nuestrxs chicxs. En la medida en que somos capaces de cubrir necesidades básicas (alimento, salud, descanso, sexualidad, etc.) vamos a ir dotando de un buen apoyo para toda la vida. Imaginad una planta; es complicado que sobreviva o de frutos sin agua, luz, vitaminas del suelo donde crece…
- Los cimientos. Unos buenos cimientos permiten que nuestra casa soporte vendavales, tormentas y otras inclemencias. Cuando damos importancia a nuestro sistema relacional, lo cuidamos y somos capaces de establecer relaciones de apego seguro, conseguimos una buena red de apoyo (buenos tratos).
YO TENGO
- La planta baja. Esta tiene mucho que ver con nuestro mundo interior, con ser capaz de ir dando respuesta a preguntas importantes a las que no siempre damos el lugar y la importancia merecida, encontrar sentido a nuestro mundo… serían los ¿por qué?.
- La primera planta. Para mí una de las más complicadas puesto que todxs sabemos qué es la autoestima o qué aptitud nos conviene para tal o cual cosa y ¿somos todxs capaces de poner en juego las habilidades necesarias para nuestros propósitos?. Llegar a esta planta y construirla pasa por haber construido las anteriores con firmeza y amabilidad.
YO PUEDO
- El tejado. ¿A quién no le apetece que su casa, su tejado, pueda recoger los rayos del sol y devolverlos en forma de energía?. El tejado es lo último que construiremos y, por supuesto, queremos que nos sirva. Como todo final, lo deseable es que nuestra creación pueda contribuir a algo; en nuestro tejado iremos incorporando experiencias y elementos nuevos que nos ayuden con nuestra resiliencia y, cómo no, fomente en nosotrxs apertura a nuevas experiencias.
Ahora nuestra casa será fuerte y nosotrxs mejores personas.
*Caso ficticio creado a partir de la reflexión sobre algunos casos en los que trabajar sobre la Resiliencia era el objetivo.
BIBLIOGRAFÍA
BARUDY, J. y DANTAGNAN, M. (2009). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa
Vanistendael, S y Lecomte, J. (2.002). La felicidad es posible. Barcelona. Gedisa.
gracias, por tus aportaciones cada vez mejores, despejan muchas dudas para trabajar con adolescentes, gracias y bendiciones, desde México un abrazo
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Gracias María Guadalupe.
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