La Realidad de la Violencia en la Intervención Social

Afligida, consternada, triste y enfadada aún por el asesinato de la compañera educadora social, Belén, mientras ejercía sus funciones y con rabia contenida aún, no dejan de sorprenderme algunas de las noticias que van llegando y la mirada que, de manera generalizada, pone la sociedad a lo sucedido.

He visto noticias de todo tipo aludiendo a los y la adolescente y sus familias, he llegado a leer que eran extranjeros (cosa que no es cierta); en muchas, no queda claro ni siquiera en qué tipo de recurso residencial ocurrió y mucho menos se mencionan (ni siquiera de pasada) las condiciones en las que miles de profesionales van, vamos a trabajar (sin personal suficiente, en muchísimos casos sin seguridad, con una sobrecarga brutal…). De lo que a estas alturas estoy segura es que las condiciones no eran las adecuadas. Unas políticas públicas que invierten cada vez más en gasto militar y menos en políticas sociales tienen complicado generar espacios protectores y seguros para la ciudadanía; ni para las personas que acceden a los recursos, ni para las y los profesionales que cada día acudimos a trabajar a cada uno de los servicios.

Yo también fui agredida, como cientos de compañeras que ante la soledad de cada agresión intentamos salvaguardar nuestra imagen de persona fuerte, tranquila, de estas que pueden con todo y que, sin remedio, la mayoría de las veces se olvida de sí misma porque, claro, si encima tu profesión es vocacional “esto va en la nómina”, como he llegado a escuchar en alguna ocasión.

¡Basta ya!. Hablemos de lo que realmente importa: la persona profesional, el sistema y lo que podemos o no hacer tal y como está y, los y las chavales, las familias con las que trabajamos a diario.

La persona profesional y la «indefensión aprendida«, como diría Seligman, esa sensación (subjetiva) generalizada en profesionales de los social, de la salud e incluso de educación (en condiciones crónicas de estrés), que vemos como día a día aumentan las agresiones en nuestros lugares de trabajo y nos sentimos incapaces de modificar el rumbo porque, aun cuando sabemos que podrían existir oportunidades reales para hacerlo, nuestra percepción de falta de control al respecto nos desmotiva, lo que unido al cúmulo de emociones (en muchos casos desreguladas o invalidadas) nos mantiene en una posición débil y/o pasiva.

En mi caso (yo también fui agredida) había aprendido a disminuir mi respiración, a contraerme sobre mí misma; a veces de manera consciente y otras muchas inconscientemente, contraía mi mandíbula, paraba mis lágrimas o inventaba posturas impensables para evitar un dolor que ya me superaba en tamaño.

Ser fiel a mi imagen responsable y responsiva tenía un precio, dar seguridad a las demás (personas) en ocasiones dejaba al descubierto mis partes más vulnerables que iban creciendo a sus anchas y aunque a veces lo veía, no podía o no quería atenderlo como, sabía, tenía que hacerlo… el miedo iba tomando un lugar privilegiado.

Fueron meses duros y las lágrimas empezaron a campar a sus anchas; el cuerpo ya no me hablaba, había comenzado a gritarme. El miedo se reflejaba en mi cara y, si te fijabas un pelín más adentro, la vergüenza iba de la mano; era complicado no ser capaz de sostener lo que me estaba ocurriendo, no contar con la receta mágica para no sentir miedo, no poder tranquilizar a los que me rodeaban, bajar la exigencia y, sobre todo, sentir que no podía parar lo que se me venía encima, la agresión. Las emociones empezaron a florecer a través de mi piel. Llevaba demasiado tiempo bloqueando mi centro energético y nervioso, demasiados días con respiraciones cortas para no bajar a las profundidades del pozo físico y emocional en el que se había convertido mi cuerpo; los últimos incidentes, comenzaron por rebosar el pozo y terminaron explotando; la cabeza ya no pudo pensar más, dejó de ocuparse para comenzar a preocuparse; el miedo y el silencio se apoderaron de mi cuerpo, de mí.

Claro que, ahora lo entiendo y, en aquel momento era incapaz de captar las señales.  Padecía todos los síntomas emocionales (tristeza persistente, desesperanza, miedo…) y, en aquel momento, no podía descifrar sus mensajes. Por supuesto, mi capacidad para tomar decisiones se esfumó y mi cabeza estaba rebosante de malos pensamientos hacia mi misma, mi profesionalidad o mi capacidad para dar respuestas adecuadas (síntomas cognitivos). Curiosamente, cada día me levantaba y me dirigía al trabajo como si de un robot se tratara (síntomas conductuales), naturalizando y normalizando lo que estaba viviendo y, aunque me daba cuenta que mi motivación y mis ganas también habían huido, me empeñaba en “estar”, a sabiendas que había comenzado a desconfiar de mi propio desempeño, a distanciarme (emocionalmente) de mis compañeras y a pasar mi tiempo libre mirando las musarañas, sin permitirme el disfrute y cada vez más “pa´dentro” que diríamos en mi tierra.   

En mi carrera profesional he padecido más amenazas de las que me hubiese gustado y siempre tuve fuerzas y energía para transformarlas, esta vez fue diferente. Cuando comencé a sentir el miedo y tener el impulso de correr (aunque volviera cada día al mismo lugar) supe que esta vez no era como las anteriores, mis emociones, mi mente y mi cuerpo no lograban encontrar el equilibrio; estaba asustada, a ratos sentía pánico y terror, necesitaba atender mi miedo.  

El miedo desequilibra, a mí me desequilibró y movilizó mi instinto de supervivencia. Cuando llevaba meses sosteniéndome entre amenazas a mi integridad física y a la de mi familia, se activaron partes de mí que no conocía y tuve que hacerlo para poder dar voz a mi bloqueo, expresar y relajar mi tensión muscular, respirar mucho… desbloquear mi sistema nervioso autónomo. Gracias a mi familia, mis compañeras y mi terapeuta pude salir de aquel túnel. Me diagnosticaron Trastorno de Estrés Postraumático y gracias al EMDR pude reparar e integrar todas aquellas experiencias traumáticas y creencias negativas.  

El sistema y lo que podemos o no hacer tal y como está. Decir que los últimos tiempos están siendo convulsos es quedarse corta. Hace años que las profesionales venimos demandando mayor seguridad, hace demasiado tiempo que sentimos en nuestra propia piel el peligro, el miedo a perder nuestra integridad física y psicológica; palabras como vulnerable, desprotegida, maltratada, instrumentalizada, ninguneada… han tomado el protagonismo y cobrado en nuestras vidas un significado diferente y ahora, más que nunca, siento que las y los profesionales de primera línea en materia de protección y prevención a la infancia ESTAMOS SOLAS.

SÍ, SOLAS. COMO LO ESTABA BELÉN.

Pero claro, eso no se analiza; es más fácil (y sobre todo vende más) inventar para separar y desviar el foco; hablar por ejemplo del origen y la nacionalidad de los chicos (españoles, por cierto), de sus familias o de sus “expedientes delictivos”, de si eran de “clase social más pobre o menos pobre” … ¿en serio?…

Miremos hacia dentro. Llevamos años y años con un número de profesionales muy por debajo de lo realmente necesario, sobrecargadas, con multitarea, sin inspecciones en empresas o administraciones públicas, sin procesos selectivos para incrementar la plantilla, con escasa (por no decir nula) cobertura de bajas y vacantes, en centros carentes de los mínimos necesarios para atender a la población de manera respetuosa, contando con escasos recursos de apoyo a nuestra labor, externalizando recursos que se implantan con subcontratas (“3en1” que las llamo yo: sueldo más bajo, contratos precarios, incremento de funciones=más beneficios), desvalorizadas y ninguneadas en bastantes ocasiones por los medios de comunicación en los que solo aparecemos cuando algo no sale bien pero ¿alguien se plantea en esos casos por qué no pudo salir de otra manera?, ¿alguien tomó conciencia de la dificultad de nuestro sector?, ¿alguien se percató de que la ratio que atendemos está muy por encima de las posibilidades reales?, ¿alguna vez nos sentimos protegidas?, ¿realmente la sociedad conoce nuestras condiciones de trabajo cotidianas, los riesgos reales a los que nos exponemos?. La respuesta, en este caso, también es sencilla: precarización, recortes y vulneración de derechos.

Las y los chavales, las familias con las que trabajamos a diario. Lo más preciado y valioso e imposible de atender y cuidar sin tener presente sus contextos, pero sobre todo sin olvidarnos del macro, donde la brecha (para unos y otros) es cada vez más grande. Nos toca a nosotras manejar todas estas circunstancias a la vez que acompañamos sus historias, sus tiempos, su rabia… y a nosotras mismas.

Con ellos y con ellas me he reído, he llorado, me he emocionado, frustrado, cansado hasta el punto de decir “hasta aquí he llegado”, he vuelto a trabajar mis fuerzas, mis miedos, mis enfados con la administración y siempre, siempre he seguido adelante… He sido fuerte y débil y, sobre todo, soy sensible (no conozco otra forma); tengo la gran suerte de haber trabajado, de trabajar, con personas que creen en esto y con las que he ido tejiendo relaciones significativas más allá de los muros de la administración. Me apasiona lo que hago e intento siempre estar en continuo reciclaje, he tenido posibilidades de marcharme y nunca lo hice, ni siquiera en 2022 cuando mi integridad física y emocional se resquebrajó y mi vida corrió un peligro real.

Casi tres años después y tras la muerte de una compañera, vuelvo a tener esa sensación de frustración, miedo e impotencia y, esta vez parece diferente. Por primera vez nos veo alzar juntas la voz para decirle al mundo que nuestro sector (el de la intervención social) importa y que, como tal, tiene que ser dotado con recursos y personal suficientes, protegido con las condiciones laborales necesarias y dignas.

Si queremos que nos respeten y respeten nuestros derechos, es necesario comenzar por respetarnos nosotras mismas y para que eso ocurra tenemos que alzar la voz y decir alto y claro que

NUESTRO TRABAJO ES IMPRESCINDIBLE E IMPORTA, TANTO COMO NUESTRA VIDA.

Paradoja: quienes trabajamos en y por la protección a la infancia, la adolescencia y la familia estamos totalmente desprotegidas.

#somosbelen #stopagresiones #seguridadyproteccion


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2 comentarios en “La Realidad de la Violencia en la Intervención Social

  1. Gracias Evita por ordenar, poner palabras y compartir el sentir de much@s. Totalmente de acuerdo con lo que expresas. Un besazo

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