
Hay tantas formas de pedir ayuda como personas. Hay algunas para las que pedir ayuda es sencillo e incluso tranquilizador y otras paras las que pedir ayuda es todo un reto y suele ir unido a un sentimiento de fracaso, impotencia o dependencia que puede llevarlos a situaciones complicadas de gestionar. Me explico.
Oscar ese día pudo estar en clase de educación física casi hasta el final sin que su estrés diera la cara; no era fácil porque no solo era educación física (una asignatura que jamás entendió y que tampoco le gustaba), ¡era fútbol!, una actividad que desde pequeño le intranquilizaba, le causaba incluso molestias físicas evidentes (dolor de cabeza, sensación de mareo, fatiga) la odiaba porque era y siempre fue para él fuente de desvalorizaciones, insultos y fracasos: “¿pero cómo no puede gustarte? Eres raro pero raro”, “eres malísimo quítate del medio”, “esto no es para ti, no sirves ni de portero” o “tu balón es una mierda” – mientras lo lanzan fuera de los muros del cole-, eran algunos de sus muchos recuerdos asociados a esa actividad.
Este día era diferente, no podía decidir no participar porque era la actividad que su profe decidió para la clase del día y sabía que no era posible negarse así que puso toda su energía en que nada pudiera escaparse de su control y así fue hasta que, justo el final, a punto de terminar y ya más relajado, el cayó al suelo y pitaron una falta.
En ese momento, todos sus recuerdos asociados se desordenaron, se removieron y aparecieron las desvalorizaciones grabadas en su memoria, la imagen de “no válido”, el rechazo, los muchos balones perdidos, el odio al fútbol y la desesperación por querer terminar y salir de allí cuanto antes. La única manera que encontró de pedir ayuda quizás no fue la más apropiada y sí la única con la que él sintió protegerse: el enfadado y con él, sin poder dejarlo a un lado, pidió a su profesor poder retirarse. Oscar se levantó del suelo avergonzado y alterado y se acercó a su profe de la única manera que podía en ese momento, desde la rabia y el dolor (aunque no podamos o queramos verlo, en más ocasiones de las que nos gustaría, pedimos apoyo desde ese lugar tan inhóspito y frío).
Cuando abordamos el tema con él, una y otra vez, Oscar repetía lo mismo “estaba nervioso, la falta me la hicieron a mí y muchos la vieron, aunque nadie habló, fui yo el que se acabó cayendo, me hice daño y pedí retirarme porque me dolía (…) me dijo que eso era mentira, que no había sido nada…. él tampoco me creyó, pero yo era el que estaba en el suelo mientras el resto se reía”.
La clase estaba terminando, much@s compañer@s ya se alejaban de la pista y la respuesta del profe (“eso es mentira, no ha sido nada”) retumbaba en su cabeza y le volvió a conectar con esos sentimientos de inseguridad, desconfianza, invalidez y juicio, Oscar volvió a actualizar su creencia: este lugar no es un lugar seguro; sencillamente consideró que lo que ocurrió era “injusto” y, una vez más, se ponía el foco en él. Y esta vez algo cambió, ahora por fin tenía claro que la única forma de acabar con este malestar era salir de allí. Este año, solicitó cambio de centro educativo.
La intensidad, la actitud negativa y desconfiada, la desesperación, la inseguridad y su resiliencia saltaron por las nubes en un solo minuto; el trabajo de Oscar de todo un año se vio tocado por unos minutos en los que alguien, una persona adulta, no escuchó (no necesitaba más) y se sintió de nuevo vulnerable y sobre todo desprotegido en ese lugar conocido y que ya no sentía protector, realizando una actividad que para él siempre fue hostil (aunque para la mayoría de niños y adolescentes jugar a fútbol fuera un regalo).
Que un adolescente en situación estresante y complicada pueda soltar un insulto o un portazo como respuesta no es nada extraño (eso no quiere decir que lo justifique) y sí su forma de decir ¡Basta!. La tensión aumenta y la otra parte también comienza a poner en juego sus propios fantasmas, asumiendo que la rabia va hacia él aunque no sea así (que no lo es) y si continúa, el ascenso está asegurado. Saber cómo frenar esta dinámica necesita de una persona adulta más grande, más sabia y más fuerte, requiere seguridad y estabilidad, una inteligencia emocional amplia y firme, y sobre todo una persona adulta que tenga en mente al adolescente.
Una persona adulta con la que el adolescente muestra un apego evitativo casi con seguridad no va a poder percibir las señales no verbales (expresiones, gestos, movimientos, etc.) o de hacerlo, no cobrarán demasiada importancia; así, cuando interactúen lo que el adolescente piense e incluso sienta no será importante, pasará desapercibido y la persona adulta estará más implicada en controlar los comportamientos que en sentir empáticamente al adolescente ¿me explico?.
En el caso de Oscar, alguien podría estar pensando que su comportamiento igual no fue el más adecuado, que no “debió” levantarse enfadado o que la rabia no era la manera más adecuada de pedir ayuda y, claro, quizás sea así, pero ¿lo fue el de la persona adulta?, sin profundizar mucho más ¿tenemos derecho a poner en duda el dolor de otras personas?, ¿somos capaces de separar lo que traemos propio de lo que vamos sumando por el camino?… ojalá podamos.
Y, aún un poquito más, hay una parte invisible que en este caso el profe no vio y tampoco el resto de profesionales del centro. Al llegar a casa además de enfadado ya podía sentir la vergüenza y sobre todo la culpa, aunque seguía costándole entenderles porque ¿Quién le entendía a él?.
Lo que no imaginó ninguna de las personas que intervinieron -porque es complicado o incluso imposible- es que mientras más enfado mostraba el chico, mientras más complicado se hacía su comportamiento, lo que estaba haciendo, sin lugar a dudas, era PEDIR AYUDA.
Si su profe hubiera podido leer entre líneas, quizás hubiera llegado a entender algo como “estoy estresado necesito que esto acabe y quiero salir de aquí, eres la única persona que puede ayudarme en esto, la única persona que puede sacarme de este terrible estrés, necesito tu permiso para retirarme”.
Claro, es difícil de entender o sentir eso cuando alguien está preparado para la lucha justo enfrente. Lo fácil es pensar que es “agresivo”, “tiene poca empatía” o peor “me quiere joder” y entonces cualquier intervención automática acabará en lo peor.
Hay tantas formas de pedir ayuda como personas y situaciones, sobre todo cuando toca pedirla en un contexto como el de Oscar, nada seguro ni confiable para él… en este terreno movedizo todo lo que sabemos de asertividad, empatía o habilidades sociales cotidianas se desmorona porque lo habitual es que esa demanda venga desde una actitud casi defensiva: el estrés, el cortisol y los fantasmas del pasado ya están aquí y ahora son ellos los que controlan su voluntad y su cuerpo.
Ese incidente no solo trajo unas dificultades sobredimensionadas a Oscar, que pasó el resto de curso “super-observado”, vigilado y con un sentimiento tremendo de soledad y tristeza sino también a la familia de Oscar que pasó a sobresaltarse con cualquier llamada del centro educativo y al profe que junto a la familia, pasaron a tener reuniones y encuentros regulares con otros profesionales del centro, con la inspección educativa, con el adolescente; encuentros que no hacían más que virar sin rumbo sobre lo que cada persona que allí estaba sabía y que pocas ponían en voz alta “aquello se fue de las manos y podría haberse solucionado minutos después del incidente”.
En los centros educativos y concretamente cuando incidentes como este se repiten es importante no perder de vista el norte: presencia útil (implícita, que invita a la autonomía, segurizante) o como diría Winnicott, ser capaz de generar “un entorno de sostenimiento”.
Oscar cambió de centro educativo y pudo, bien acompañado por su familia y su terapeuta realizar su propia narrativa de vida, hablar de experiencias personales sufridas y disfrutadas, poner títulos a sus escenas temidas y adquirir identidad y pertenencia. Pudo resignificar y encontrar su lugar. Ahora, junto a su familia, a un grupo de amigas y amigos estables, un equipo de profesorado que puede verle más allá de sus déficits, presente y un puerto seguro al que poder regresar las veces que sea necesario, Oscar ha vuelto a sonreír y transita, como cualquier otro adolescente, más o menos inseguro a ratos, camina y crece.
Para quien sienta, como yo, la magia de la adolescencia💜
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