ORIENTADOS PRINCIPALMENTE A PROFESIONALES DEL TRABAJO SOCIAL, LA EDUCACIÓN SOCIAL Y LA PSICOLOGÍA

«DE LA PARENTALIDAD POSITIVA A LA PARENTALIDAD TERAPÉUTICA» 

Ser, saber y saber hacer

Será un espacio de aprendizaje y reflexión profesional. Un paseo hacia formas de trabajo especializadas que partan del buen trato y el reconocimiento del y de la profesional como agente de cambio, sin perder de vista nuestro contexto (Servicios Sociales, Entidades, Centros Educativos, etc.) y respetando la multidisciplinariedad, interdisciplinariedad y por supuesto la transdisciplinariedad necesaria para que nuestra labor llegue a buen puerto.

Ser capaces de construir puentes respetando la ecología parental de partida y los, cada vez más diversos, modelos familiares.

Brindaremos un espacio de encuentro y aprendizaje en el que los y las profesionales puedan adquirir o reforzar conocimientos teóricos y, especialmente prácticos, sobre parentalidad competente, facilitando el conocimiento de técnicas específicas de intervención en el ámbito de los Servicios Sociales.

Conoceremos los principios básicos de la parentalidad competente o positiva (atención, estructura y orientación, reconocimiento, potenciación y educación sin violencia) y adquiriremos competencia para ser capaz de intervenir con ellos como faro.

Identificaremos los principales modelos de evaluación e intervención familiar y seremos capaces de identificar riesgos y apoyos para la promoción del buen trato desde la parentalidad terapéutica.

Podremos reflexionar sobre nuestras competencias profesionales (capacidades + habilidades) con el objetivo de poder utilizarlas de manera flexible y adaptativa a cada intervención familiar y desde ahí, fomentar intervenciones familiares desde una perspectiva centrada en fortalezas. Resiliencia parental/familiar.

Por supuesto, compartiremos herramientas, habilidades, sensaciones y experiencias que puedan ser utilizadas en nuestro trabajo diario para cultivar nuevas prácticas, adquirir seguridad en sí mism@ e intervenir de manera consciente y respetuosa.

Entender que no hay una única manera de ejercer la parentalidad y ser capaz de situarnos desde las necesidades concretas de cada familia, sin perder de vista las propias, nos abrirá puertas que, de inicio, quizá no imaginábamos que existían.

LA IMPORTANCIA DE LA VALORACIÓN DE LAS SITUACIONES DE RIESGO

De la detección a la intervención (SIMIA – VALÓRAME)

Para acompañar a las familias con las que trabajamos hasta que puedan llegar a ser «suficientemente competentes” es necesario conocer cómo, por qué y para qué funcionan de determinada manera; entender que no podemos ignorar lo que les sucede a los niños y a las niñas en los primeros años de vida; considerar que adversidades tempranas como la pobreza extrema, el abuso o la negligencia en esos primeros años podían debilitar la estructura del cerebro (en desarrollo) y provocar un sistema de respuesta al estrés en permanente alerta.

A medida que amplié mi mirada, fui ampliando mis respuestas y comencé a poner en valor las potencialidades (esas que solo podemos ver si somos capaces de mirar desde el otro lado, si somos capaces de posicionarnos desde el respeto, de lograr la conexión, de sintonizar) que cada cual portaba. Aprendí que, para intervenir no valía lo que yo pensaba o creía que era “lo correcto”, tenía que partir de una evaluación lo más objetiva posible y, además, ser capaz de sistematizar, de seguir unos protocolos que, me gustaran más o menos, me guiaban y, sobre todo, me protegían y les protegían.

En este espacio formativo que nace de la mano de mi búsqueda de caminos más amables para llegar al buen trato, intentaré que teoría y práctica vayan de la mano, intentaré mostrar la importancia de la valoración, de la sistematización, de los procedimientos, de la figura del o de la profesional y, sobre todo pondré todo mi empeño en que nunca perdamos de vista que padres, madres, tutores/as o guardadores/as hacen lo que pueden con lo que tienen y que los niños, niñas y adolescentes son un valioso faro y cómo se desenvuelven en situaciones cotidianas, cómo resuelven sus dificultades o la manera en que se relacionan, parte de sus experiencias, de sus recursos personales, de sus mecanismos de protección y supervivencia… de sus intentos de estar y SER.

Nuestras evaluaciones, nuestras intervenciones, nuestro acompañamiento tendrá un peso importante para que las figuras responsables logren ver otras posibilidades, más o menos invisibles para ell@s, logren una cobertura de necesidades suficientemente protectora, que parta del desarrollo de capacidades propias y de sus hijos e hijas, erradiquen la educación punitiva, sean capaces de reconocerles y orientarles, en definitiva “bien tratarles”.

Proporcionar y promover relaciones estables, receptivas y enriquecedoras en los primeros años puede prevenir o incluso revertir los efectos perjudiciales de la adversidad temprana; intervenir para repararlas, en estadios posteriores, no es posible si no partimos de una evaluación consistente desde un espacio seguro.

Quizás no esté de más recordar que nuestra labor no es lograr familias felices sino familias que puedan ofrecer a sus hijos e hijas un marco estable, seguro, donde desarrollarse de manea saludable y así, los apoyos que necesitan estarán encaminados a un objetivo último: garantizar el interés superior de niños, niñas y adolescentes. Sin una evaluación previa, nuestro objetivo será inalcanzable.